Con la destrucción provocada por el huracán Otis en Acapulco se generó una discusión sobre las acciones alrededor de la reconstrucción, así como para hacerle frente a eventos similares en el futuro. Algunos comentaristas de inmediato encontraron la arista política alrededor del extinto FONDEN, del presupuesto de egresos para el año electoral, o incluso atribuyendo causalidad a las obras de infraestructura del Gobierno de México, como los trenes y la refinería de Dos Bocas.

Los eventos que vivimos actualmente son consecuencia de acciones y omisiones cometidos durante décadas. Las consecuencias del cambio climático son también reflejo del fracaso de la diplomacia global para coordinar esfuerzos en materia de reducción de emisiones con el objetivo de desacelerar el calentamiento global. Más aún, incluso con una coordinación perfecta y reducciones drásticas de emisiones hoy, no existe un consenso sobre la velocidad con la que los daños ambientales pudieran ser revertidos.

Es así como, a nivel federal, es necesaria una estrategia de adaptación para los efectos del cambio climático. Los esfuerzos tradicionales, enfocados en la reparación económica de los daños ocasionados por huracanes, inundaciones y sequías ya no serán suficientes ante la ocurrencia de eventos cada vez más frecuentes y de mayor intensidad. La urgente reconstrucción de Acapulco y los medios de vida para su población son claramente la prioridad para los gobiernos federal y local y no deberían escatimarse en esfuerzos y recursos para poner a la ciudad de nuevo en pie. Sin embargo, las acciones de largo plazo para afrontar las consecuencias del cambio climático requieren una estrategia y un financiamiento que trasciende la planeación sexenal, con una inversión sin precedentes.

Un primer componente de la estrategia de adaptación al cambio climático tiene que ver con los incentivos a la localización de los asentamientos de población y la actividad económica en zonas de riesgo. El desarrollo poco ordenado de las ciudades en las costas generó incentivos perversos para la construcción de hoteles, restaurantes y espacios de entretenimiento en lugares que se convirtieron de alto riesgo. Por su parte, las personas de bajos recursos fueron desplazadas a las periferias, frecuentemente en cerros y barrancas. Será clave un reordenamiento urbano que favorezca a las familias más vulnerables, incluyendo opciones de relocalización y aseguramiento ante eventos catastróficos.

El panorama para el aseguramiento privado se ha vuelvo muy complicado en los años recientes. En muchas ciudades costeras alrededor del mundo el incremento en los riesgos de inundaciones y pérdidas asociadas a los daños por huracanes ha provocado que las primas de los seguros se vuelvan tan altas que, en la práctica, las zonas costeras se vuelven no asegurables.

Un segundo componente tiene que ver con la infraestructura de contención en las zonas costeras. Este es un esfuerzo de inversión mayúsculo, que pudiera incluir desde sistemas de diques hasta la infraestructura de albergues de alta seguridad con capacidad para alojar a decenas de miles de personas ante la ocurrencia de fenómenos de gran intensidad.

Un tercer elemento de un programa de adaptación tiene que ver con los sistemas de monitoreo y alerta temprana. Los científicos ambientales estiman que los fenómenos como Otis- huracanes sorpresa- con trayectorias erráticas y cambios bruscos de intensidad, se volverán cada vez más frecuentes.

Algunas de estas ideas en torno a la adaptación se desprenden de las reflexiones que Robert Pindyck presenta en su libro “El clima del futuro: prevención y adaptación al cambio climático”, publicado en 2022. Este libro es un reconocimiento de las pocas certezas que se tienen en términos de las magnitudes de los efectos que el cambio climático tendrá sobre los niveles del mar, la temperatura, la morbilidad y la mortalidad, la vida marina, entre muchos otros.

A raíz de su libro, Pindyck fue acusado incluso de ser un negacionista del cambio climático por su pesimismo respecto a lo que la mitigación puede lograr. Pero la conclusión de Pindyck va justo en el sentido contrario: con las pocas certezas respecto a los efectos del cambio climático, lo más responsable es una serie de acciones en múltiples frentes, en donde la mitigación es solo un elemento más y con alcances limitados.

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