En Japón está bien visto dormir una siesta en horas de trabajo. Se ha descubierto que esta práctica aumenta la productividad hasta en un 40 por ciento. Sin embargo, en Latinoamérica, por nuestro arraigado complejo de "echaleganismo", el dormir en horas de trabajo ha sido satanizado.

Aquí en México, desde que a principios del siglo XX se puso de moda usar para el descanso personal las áreas verdes que antaño se extendían por nuestro zócalo capitalino, la costumbre de echarse un sueñito en algún lugar discreto de nuestro entorno urbano, se convirtió en una tradición que muy pronto fue adoptada por muchos oficinistas y en especial aquellos al servicio del Estado.

Cualquier lugar era bueno para restituir las energías del trajín cotidiano. En las plazas y los jardines cercanos a las secretarías de gobierno del primer cuadro solía llegar, por aquello de las 3:00 de la tarde, una legión de taciturnos bostezadores que hipócritamente comenzaban a merodear los islotes de césped para encontrar el rinconcito más a salvo de las miradas indiscretas y posar su agotada humanidad por un buen rato.

En un reportaje de color aparecido en 1956 en un diario hermano, un simpático conserje de una instancia pública no especificada (aunque a todas miras parecía tratarse del Departamento del Distrito Federal), daba santo y seña de los muchos lugares que escogían los oficinistas para llevar a cabo sus siestas vespertinas.

Las bodegas de papelería, las oficinas abandonadas o en reparación e incluso los cuartos para guardar escobas, resultaban lugares ideales para dormir la mona tranquilamente y, por qué no, para invocar a Morfeo con unos cuantos buches de ron de contrabando.

Por supuesto cuando aquel oasis se convertía en costumbre y cada día a la misma hora con el pretexto de llevar unos documentos al administrativo, el "fulano de las siestas" se desaparecía igual que Creel de la contienda electoral, se hacía forzoso contar con un aliado (por lo general del personal de intendencia) que echara aguas o avisara en caso de que la presencia fuera requerida con premura. Poco a poco los oficinistas expandieron sus terrenos para echarse sus pestañas clandestinas, usando incluso las azoteas de sus centros de trabajo, mismas que cobraron la fama de "patio de recreo" donde se podía fumar a gusto el cigarrito, terapiar con algún discurso

cachondo a la secretaria de buen ver, y, por su puesto, dormir la mona, aunque siempre cuidando de no pasarse en las manecillas del reloj.

Para esos lunes de cruda, cuando la cabeza asemejaba una olla exprés rellena de canicas, muchos optaban por llegar barriendo base beisbolera al reloj chocador, después hacer acto de presencia ante los compañeros con una tambaleante "vueltecita de manzanilla", para después entregarse al descanso en el escondite de confianza.

Con el paso de los años, cuando se hizo obligatorio dotar a los grandes edificios de oficinas de su propia área de estacionamiento, muchos encontraron en sus automóviles el dormitorio perfecto para apaciguar la pesadez de los párpados. Lo malo es que aquello no duró mucho, pues después de que algunos fueron sorprendidos roncando en horas de trabajo, la mayoría de los estacionamientos prohibió permanecer en lo vehículos una vez aparcados.

Curiosamente, durante el faraónico México de los años 70, muchos funcionarios con grandes oficinas comenzaron a instalar recámaras contiguas para supuestamente "tomar siestas y estar frescos para sus compromisos". Después de tener acceso a una de estas recámaras-oficina que pertenecía a un alto funcionario muy amigo del Negro Durazo, un colega periodista que hoy bebe expresos cubanos igual que gasolina un lanchón de ocho cilindros, fue suspendido por los "hermanos directores" de un desaparecido periódico (que puso de moda el lanzamiento de "rostros") al escribir un reportaje y preguntar a las autoridades cuál era la utilidad de que el susodicho mandamás contara con una king size de agua, burós de mármol y espejos en las paredes y el techo (para "verse del revés" como dice la canción de Joaquín Sabina). Con tales palacetes acondicionados para el placer, comentaba el periodista, los funcionarios iban a terminar "más cansados", por no decir "cardiacamente tendidos"...

Twitter: @homerobazan40

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