Si algún fabricante de blancos quería anotar un récord en ventas, nada mejor que esperar al mes de mayo para ofrecer sus planchas, licuadoras, estufas o refrigeradores para deslumbrar a las reinas del hogar y chantajear con el fuete de la publicidad a los hijos, nietos y maridos.

Aunque el Día de las madres comenzó a celebrarse por el año de 1887 en Estados Unidos y fue proclamado oficialmente en ese país en 1914, en México sería hasta la década de los veinte cuando el director de un periódico capitalino propondría al décimo día del quinto mes como la fecha nacional para agasajar a todas las progenitoras.

Tres décadas más tarde, en pleno apogeo de los años cincuenta, la maquinaria de mercadotecnia nacional para hacer de ésta una de las fechas más exitosas, comercialmente hablando, ya competía incluso con los comercios del vecino país del norte y colgaba sobre la frente de nuestros compatriotas el edípico arquetipo que hasta hoy es su cruz.

Desde días antes, los escaparates se llenaban de “amor” y “$$$inceridad”, mostrando bonitos decorados, fotografías idealizadas de la madre perfecta (con caireles y sonrisa de caja de pasadores Lolis) y hasta poemas que se derretían en miel para hablar de su abnegación y sacrificio:

“Madrecita que me diste/ tus años dorados colmados de tesoros/ permite el homenaje en este día/ cuando tus hijos te retornan las bondades de tus desvelos y cariño con alegría y decoro”.

Los restoranes y cafés del primer cuadro de la ciudad anunciaban con anticipación sus menús especiales para la ocasión y se permitían cobrar una módica cuota de reservación, mientras que en la radio los tríos y solistas entonaban estrofas como “¡Oh madre de cabellos de luz!” Y algunos programas de la XEW convocaban a los poetas de barrio a participar en el concurso de “pensamientos a la madre”, cuyo premio era una gigantesca canasta de despensa.

En muchas iglesias la tradición de llevar serenata a la imagen de la virgen de la Guadalupe, tal como se acostumbra en la Basílica, se hacía efectiva con músicos callejeros y estudiantinas, además de kermeses populares donde por lo general las festejadas quedaban en segundo término frente al chupirul y el bailongo.

En 1954 dos artículos periodísticos iniciaron la costumbre de perseguir anualmente a esos vástagos malagradecidos que se acordaban de sus progenitoras cada doce meses y que para colmo las hacían preparar una comilona para ”auto-festejarse”, y les regalaban utensilios de cocina para mantenerla ocupada los meses restantes del calendario.

Igual que una lacrimógena telenovela y bajo el sugerente encabezado de “Una madre en el olvido”, un semanario dio a conocer el caso de doña Josefina Ugalde viuda de Iruegas, quien, a pesar de contar con cinco hijos trabajadores y bien posicionados, fue enviada al asilo porque ninguna de sus nueras la quería de chaperona.

En adelante, cada 10 de mayo, los periodistas parecían competir por sacar el artículo más conmovedor y chantajista. Desde aquellas notas que daban cuenta de las madres que festejaban su día en las cárceles, hasta las que debían cumplir labores esclavizantes en fábricas, talleres y comercios para llevar el pan a casa.

Entre esa oleada de historias destacó la publicada en 1959 en la que se describía los abusos cometidos contra el gremio de costureras. Algunas de ellas trabajaban desde las 5 de la mañana hasta las 6 de la tarde por menos de 1 peso 50 centavos la hora, otras debían cumplir con una cuota de vestidos cuyos faltantes les eran descontados, mientras que aquellas que resultaban embarazadas perdían el empleo “apenas se les empezaba a notar”.

Aquello dio pie a que en el Primer Congreso Femenil su caso sirviera de ejemplo para proponer nuevos incisos en la lucha por la igualdad de los derechos laborales.

Pero mientras algunos se ocupaban de cuestiones vitales como el ejercer la maternidad sin discriminaciones, los dueños de almacenes preferían aprovechar este día para sacar los saldos viejos de sus bodegas y venderlos a precio de oro, siempre bajo la consigna de enmendar el freudiano complejo de culpa con un bonito juego de manteles, una vajilla china o una mascada floreada.

Hasta hoy, los detractores de este día lo consideran, junto con el San Valentín, una de las fechas más descaradamente hipócritas, vacías, ridículas y mercantilistas del año. ¡Recuerde, hoy puede festejar a mamá pagando a seis meses sin intereses con su tarjeta de crédito! Lástima que la deuda dure más que el cariño constante, opacado cualquier domingo de visita por el clásico América-Chivas”.

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