He estado leyendo la información sobre los candidatos a ocupar la rectoría de la UNAM, donde trabajo hace casi 45 años. Registro algunas observaciones al margen y sin concierto.

Se me ocurre, de nuevo, que una universidad es una institución irremediablemente jerárquica en tanto que se basa en el mérito académico que tiene y debe difundir el personal académico. Estaría de acuerdo con democratizar a la UNAM, pero sólo si se entiende que en una universidad el único valor esencial es el que tiene el personal académico de tiempo completo que se ganó su puesto por méritos propios y le dedica, para siempre, su vida profesional a la UNAM. Quienes han alcanzado la excelencia personal deberían ser los mejores consejeros sobre cómo elevar la excelencia comunitaria. Una democracia en sus manos, dentro de su comunidad, debería expandirse hacia las áreas, las coordinaciones y la rectoría.

Los académicos de los institutos, facultades y escuelas, que son los depositarios del sentido final de la universidad, deberían elegir a sus directores por sus méritos en vez de resignarse ante un director escogido por un grupo político que puede tener intereses más administrativos que académicos. Y esos directores, con el aval de la mayoría de los académicos, debería elegir al rector.

La UNAM podría practicar una especie de republicanismo: los directores de facultades, escuelas e institutos, elegidos por el personal académico, tendrían parte del poder para elegir al ejecutivo. Otra parte dependería de un senado de meritorios en el que estarían los eméritos, nombrados por la UNAM o por el SNI, los universitarios que representan a la UNAM en El Colegio Nacional, los exrectores, etcétera. Votos de calidad, pues. Eso le quitaría verticalidad a los grupos con ambiciones políticas que ponen el poder administrativo por encima del académico. Eso abatiría el poder de los grupos que, subrepticiamente, luchan en la UNAM por imponer autoridades. Los obligaría, en todo caso, a hacerlo públicamente y a someterse a la evaluación de los académicos.

Y aún ahí habría jerarquías, pues el voto de alguien que se sometió a la evaluación de sus pares para merecer el nivel III del SNI (una evaluación del mérito académico) debería tener más fuerza electoral que los demás.

Hay quien recicla la fantasía de que los estudiantes puedan participar en los procesos para elegir rector. Es una postura simplona y sentimental. Los estudiantes no quieren vivir en la UNAM: quieren dejarla lo más pronto posible, con un diploma bajo el brazo. Los pasajeros del barco no votan la ruta. Su único deber es educarse para redituarle el beneficio de su profesionalización al pueblo que financió sus estudios.

Hay que despolitizar a los grupos de poder en la UNAM y regresarle ese poder a los académicos. Hay que propiciar que las recompensas académicas sean más apetecibles que el poder político. Lograr que un académico no quiera ser un funcionario académico-administrativo sino seguir siendo académico y punto. En las universidades de alto nivel nadie quiere ser director o jefe, mientras muchos en la UNAM sólo quieren ser eso, pues se gana más salario, tienen prebendas y la posibilidad de ascender en la alta burocracia: es una ofensa seria contra los académicos que sólo queremos ser académicos.

En fin. Por lo pronto me alegra haber encontrado mérito en lo que han argumentado algunos de los candidatos con mayor experiencia, en especial Patricia Dávila, Leopoldo Lomelí y Raúl Contreras.

Que sea para bien.

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