Para la gente de Acapulco.
Para restaurar el equilibrio entre cuerpo y alma la medicina hindú receta remedios para ambos. Para el cuerpo, algún tratamiento natural y, para el alma, un cuento. Las historias, las metáforas, los cuentos han transmitido durante siglos enseñanzas, esperanza o ánimo a quienes los leen o los escuchan.
Acapulco vivió recientemente una catástrofe en el cuerpo y una calamidad en el alma, así como en la de todos sus habitantes y, también, en las de quienes disfrutamos ese paraíso. Hemos enviado víveres y utensilios para el cuerpo y a continuación presento un cuento para el alma.
Había una vez, un gran reloj al centro de la plaza principal del pueblo, conocido por la exactitud con la que daba la hora. Mas un día, para el asombro de todos, el reloj se detuvo. Entre el eje, los números, la carátula y las manecillas empezó a crecer la sospecha, el temor y la desconfianza. “¿Por qué nos hemos quedado sin trabajo? ¿Quién tendrá la culpa de esta tragedia? ¿Acaso eres tú? ¿Será el Segundero? “No, yo estoy bien”, respondía con seguridad cada una de las partes. Unas a otras se volteaban a ver con suspicacia, mientras el reloj mantenía suspendido el marcaje del tiempo.
De pronto, a lo lejos se escuchó la voz del Péndulo, que exclamó: “Soy yo. Voy de un lado a otro sin parar, ¡estoy agotado! He trabajado mucho –uno, dos, izquierda, derecha; uno, dos, izquierda, derecha– y pienso en todos los movimientos que me faltan por hacer. Según mis cuentas, por cada 90 veces en que oscilo de un lado a otro, apenas pasa un minuto. En una hora tendré que balancearme 5,400 veces y, en un día completo, 129,600 veces; en un año, más de 47 millones de veces. Sólo de pensarlo desfallezco. ¡No puedo más!
Después de un rato de discusiones y confusión se escuchó una voz: “Solo tienes que hacer un movimiento a la vez”. Todos oyeron y nadie supo quién lo había dicho. ¿Una voz interior? ¿El misterio que te guía? Con esa mentalidad, el Péndulo renovó con mucho ánimo su trabajo y todas regresaron muy contentas a la normalidad.
Este pequeño cuento de William W. Walter me ha servido para reflexionar. “Un solo movimiento a la vez” es todo lo que se necesita para reparar, reconstruir, limpiar y renovar con paciencia y tenacidad el bello Puerto de Acapulco.
Acaso, ¿podríamos usar esta enseñanza en cualquier aspecto de nuestra vida? Un movimiento a la vez. Además, defendámonos, en lo posible, de las historias del mal, que suelen detener nuestro funcionamiento en la vida.
Cuando alimentamos a la mente con historias sobre el mal, le damos a éste carta de naturalidad y comenzamos a convivir desde un lugar de recelo, desconfianza y amargura. Con ello, nos sucede como cuando mordemos granos de café: cualquier otro sabor que llevemos a la boca después, te sabrá a esta semilla. Entonces nos decimos: “Así es la vida” o exclamamos, con las manos caídas: “Yo, ¿qué puedo hacer?”. Entrar y permanecer en ese estado mental es experimentar el cinismo e infierno en vida.
Sepamos atravesar este tiempo difícil con un movimiento a la vez. La actitud y disposición que tengamos en estos momentos de emergencia son vitales. Como medicina para el cuerpo, invito a ignorar divisiones políticas y a ayudar en lo que nos sea posible. Ponernos en los zapatos de las personas que se quedaron sin nada, pensar en el bien como fuerza de vida, difundir historias de esperanza, cuentos y metáforas que nos devuelvan la fe y la confianza, serán medicina para el alma.
Un movimiento a la vez. Una persona al lado de otra. Una creencia sostenida entre muchos. Podemos, siempre podemos juntos.