“Los partidos populistas no son antidemocráticos, en el sentido en que no propugnan reemplazar las elecciones por algún otro método para seleccionar un gobierno. Incluso cuando expresan su anhelo de contar con un líder fuerte, quieren que esos líderes sean elegidos por el voto“(Adam Przeworski, 2022, Las crisis de la democracia, ¿adónde pueden llevarnos el desgaste institucional y la polarización?, Siglo XXI Editores, México, pp. 109-110).

En el excelente texto de este polaco de apellido impronunciable, recientemente reconocido por recordarnos, en Letras Libres, que todos los políticos mexicanos son priístas, se añade poco más adelante que los populistas sí son antiinstitucionales, en el sentido que rechazan el modelo tradicional de democracia representativa. Como Andrés Manuel López Obrador, candidato presidencial de México, exclamó luego de su derrota en 2006, “¡al diablo con sus instituciones!”.

Se olvida, probablemente con apego a la primera ley de la dialéctica (una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa) que la cascada de reformas de los noventa conformó un sólido paquete neoliberal, económico y político, cuyo propósito único fue la jibarización y reducción de las capacidades institucionales de los Estados.

La crisis de la democracia que el autor reconoce consiste en el cúmulo de tendencias que indican que el sistema de partidos tradicional se está derrumbando; lo que para algunos optimistas indica un posible rejuvenecimiento de la democracia, con el inconveniente de que la muerte de lo viejo no está siendo acompañada por el nacimiento de lo nuevo.

Este derrumbe, en México, suele confundirse –con más candor que interés- con la transición democrática; desde la inexplicable mezcla de propósitos aceptablemente diferenciados que significó el Pacto por México, que desfiguró hasta dejarlos en condición irreconocible a PAN, PRD y PRI, y terminó siendo un involuntario pacto por el triunfo de MORENA, las diferencias entre los tres firmantes consistieron en distinguir a Chuchos prietos de Chuchos güeros y de Chuchos cuarteroneados.

¿Alguien puede entender los perfiles ideológicos del señor “Alito” Moreno Cárdenas, cuya única hazaña documentable consiste en enseñarle al Doctor José Narro Robles que en el PRI a veces, solo a veces, se juega muy chueco?; ¿la tendría fácil algún panista para explicar cómo, en ese partido expropiador de la ética y los buenos modos, el políglota Ricardo Anaya Cortés alcanzó una candidatura presidencial traicionando hasta a su peluquero? Del PRD solo merece evocarse la metamorfosis de nido de grillos en nido de chapulines.

Para el caso del partido, que no es partido, en el gobierno, resulta que el líder fuerte ya no puede ser electo; no todas las instituciones pueden ser enviadas al infernal destino y, en el caso de la constitución resulta prácticamente imposible siquiera imaginarlo. El hecho es que el o la próximx presidentx lo será por la decisión del actual líder y gobernante; ganará la elección y carecerá de la fuerza.

La condición de México en la nueva encrucijada de su historia, no solo porque AMLO no parece haber leído la vieja, escrita por Anatol Shulgovski en 1967, ofrece el dilema entre el Maximato o la incertidumbre. Para llorar a gritos.

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