Unos meses antes del nuevo milenio, en junio de 1999, la revista TIME publicó una edición especial consagrada a “las 100 personas más importantes del siglo XX”. Junto a líderes políticos, científicos y pensadores como Gandhi, Mandela, Einstein o Freud, figuró una adolescente: Ana Frank. En su perfil, Roger Rosenblatt aseguró que Frank era: “una figura totémica del mundo moderno: la mente moral individual acosada por la maquinaria de destrucción, aferrándose a su derecho a vivir, a cuestionar y a tener esperanza en el futuro de los seres humanos”.1

De los 6 millones de judíos europeos que murieron en el Holocausto, alrededor de millón y medio eran niños y adolescentes. Muy pocos de ellos dejaron testimonio escrito de sus experiencias.2 Una de ellas fue Ana Frank, quien comenzó a escribir un diario en junio de 1942 –poco después de su treceavo cumpleaños y tres semanas antes de mudarse junto con su familia a un anexo secreto en una bodega en Amsterdam– el cual continuó hasta el 1 de agosto de 1944, tres días antes de fueran descubiertos por los nazis y arrestados. En septiembre de 1944 fueron enviados a Auschwitz, donde Ana, su madre Edith y su hermana Margot fueron separadas de su padre Otto, a quien no volverían a ver. Edith moriría en Auschwitz en enero de 1945 mientras que, tras ser enviadas al campo de Bergen-Belsen, Ana y su hermana Margot morirían entre febrero y marzo de ese mismo año.

Uno de los factores que convirtieron a Ana Frank en un ícono que trascendió su época –y que le garantizaron la inmortalidad– fue sin lugar a dudas su gran proeza literaria. El otro fue su honestidad al narrar sus vivencias, que a pesar de las circunstancias, no eran tan diferentes de las de una adolescente de su edad: su curiosidad por el sexo, su cuestionamiento sobre la religión o sus reflexiones sobre cómo conciliar sus acciones con su conciencia moral, a pesar de –o quizás justamente por– el horror de la guerra y del genocidio. En uno de los pasajes finales de su diario, del 15 de julio de 1944, asegura: “puedo sentir el sufrimiento de millones de personas; y, sin embargo, si miro al cielo, pienso que todo se arreglará, que esta crueldad terminará, y que la paz y la tranquilidad regresarán... Debo mantener mis ideales, porque tal vez llegue el momento en que pueda cumplirlos”.3 Sus palabras van más allá del optimismo: se trata de una declaración de principios, de una forma de resistencia para conservar su humanidad en un mundo empeñado en negársela.

Hoy, a casi 80 años de su muerte, sigue siendo un ejemplo de resiliencia y esperanza. Y justamente “Ana Frank, notas de esperanza” es el nombre de la exposición temporal inaugurada recientemente en el Museo Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México, que narra la historia del Holocausto desde la perspectiva de Ana Frank. A lo largo de la muestra podemos ver cómo la Alemania nazi obligó a alrededor de 300,000 judíos a huir del país. Muchos de ellos lo hicieron a otros países de Europa, como fue el caso de la familia Frank. Sin embargo, menos de una década después, con la invasión nazi de Holanda, inició el hostigamiento y la discriminación contra los residentes judíos. Se les prohibió realizar actividades comerciales, acceder a parques, playas, cines y bibliotecas, e incluso el servicio telefónico y el uso de bicicletas. En 1942, fueron forzados a llevar estrellas amarillas cosidas a sus prendas exteriores con la leyenda “Jude”. Fue también a mediados de ese año que comenzaron las deportaciones masivas, y que Otto y su esposa Edith comenzaron a planear su escondite.

Una de las secciones más emotivas de la exposición es la que recrea el famoso “anexo secreto” al que la familia Frank se mudó el 6 de julio de 1942, y donde se esconderían también la familia van Pels y Fritz Pfeffer, dentista y amigo de la familia.4 Al igual que en el original, la entrada se hace a través de una puerta escondida detrás de un librero y resulta interesante pensar que, por un tiempo, Ana estuvo protegida por libros, y que fue también un libro el que la salvó del olvido. La instalación nos transporta a esa época y nos pone en los zapatos de los ocupantes del anexo, quienes permanecieron cerca de dos años recluidos en ese pequeño espacio gracias a la ayuda de sus “protectores”, Victor Kugler, Johannes Kleiman, Miep y Jan Gies y Bep Voskuijl, quienes fueron su única conexión con el mundo exterior, manteniéndolos informados sobre los acontecimientos políticos, suministrándoles alimentos y velando por su seguridad. Todos ellos eran conscientes de que arriesgaban sus vidas intentando salvarlos. A pesar de sus esfuerzos, de los ocho ocupantes del anexo el único sobreviviente fue Otto Frank, quien regresó a Amsterdam al finalizar la guerra, en junio de 1945. Tras confirmarse la muerte de Ana y Margot, Miep entregó a Otto los cuadernos de Ana que había guardado. Conmovido por su deseo de ser escritora, Otto buscó la manera de publicarlos. En 1947 salió a la luz la primera edición en holandés de sus diarios bajo el título “Het Achterhuis” (“El Anexo”). Con los años, su popularidad creció y fue traducido a más de 70 idiomas.

Otto Frank pasaría el resto de su vida custodiando el legado de su hija. En 1957 crearía la Fundación Ana Frank, dedicada a promover la tolerancia, la democracia y el respeto mutuo entre las juventudes. Actualmente, la exposición “Ana Frank - Una historia vigente” se presenta en alrededor de 300 sedes cada año. A nuestro país llegó gracias a una colaboración entre el Museo Memoria y Tolerancia y el Centro Ana Frank en Argentina, y como parte de la misma, tuvimos el honor de contribuir a la “Beca Ana Frank México 2023”, que permitió a Tabatha García Velázquez de 21 años, estudiante de bachillerato en el Instituto de Educación Media Superior del Distrito Federal (IEMS), y a Andrés Vallejo Martínez de 20 años, estudiante de licenciatura en Ingeniería Mecánica en la Universidad Politécnica, viajar el pasado 14 de agosto a Holanda junto con otros 14 jóvenes latinoamericanos, como parte del Primer Programa de Intercambio para Jóvenes Latinoamericanos en Ámsterdam y La Haya. Ellos fueron los ganadores de entre 180 jóvenes mexicanos entre 13 y 21 años que participaron en un concurso de ensayo tras visitar la exposición en México. Esperamos que esta experiencia de vida les marque y les permita convertirse en agentes de cambio en sus comunidades.

George Santayana aseguraba que “los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.5 Por ello, tanto los gobiernos como la academia, la sociedad civil y las empresas debemos fomentar el diálogo, la memoria y la reflexión sobre uno de los capítulos más atroces de la historia reciente de la humanidad. En este sentido, los invito a visitar la exposición que estará disponible hasta febrero de 2024 y les hará reflexionar sobre los factores que hicieron posible el Holocausto, comenzando por el discurso de odio y la discriminación; así como sobre la importancia de inculcar a las nuevas generaciones la tolerancia, la inclusión y el respeto por los valores democráticos.

Director General de Merck México

Referencias:

1 Rosenblatt, Roger, , Time, 14 de junio de 1999.

2 Holocaust Encyclopedia, , Unites States Holocaust Memorial Musem.

3 Frank, Anne, Diario, Penguin Random House Grupo Editorial, Primera edición (1 agosto 2021).

4 Anne Frank House, .

5 Santayana George, La vida de la razón o fases del progreso humano, Editorial Tecnos, 2005.

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