Para la ingeniera Rocío Cerrillo, rescatista
Es verdad, las cintas sobre asaltos a bancos, joyerías o hasta a la Reserva Federal de Estados Unidos son ya un género aparte que se ha ganado adeptos que curiosamente no buscan la adrenalina sino observar lo que en realidad atrapa de estas historias: la mente maestra que elabora el plan y que, además cuenta con un plan B, uno C y desde luego, como buen profesional, ha de resolver imprevistos sobre la marcha.
Y si en el mundo contemporáneo hay un actor que vende, y muy bien, la idea de que tiene una inteligencia avanzada y amplísimos conocimientos sobre cualquier materia que domine su personaje, ese es Freddie Highmore, quien con enorme trabajo lidera la serie The good doctor y que ha participado en otros papeles en los que aquel a quien representa hace el mejor uso posible de sus conocimientos.
Quizá justo porque siempre hace una labor precisa y el público se acostumbra muy rápido al buen desempeño, que ha pasado de noche la cinta de manufactura española de título Asalto a la Casa de Moneda, dirigida por el todavía joven pero muy enjundioso Jaume Balagueró. El sitio, propiamente llamado Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, tiene la bien ganada reputación de ser uno de los lugares de su tipo más seguros de Europa. Nada mejor que un escenario en apariencia tan impenetrable como para desarrollar la imaginación de los guionistas, que han de pensar tanto como ladrones de altísima escuela como por guardianes. Y si un ataque implica tener a los mejores hombres en el campo, para realizar la película al parecer los productores no se pusieron un tope y lanzaron a un escuadrón conformado por Rafa Martínez, Andrés M. Koppel, Borja Glez. Santaolalla, Michel Gaztambide y Rowan Athale. Y, desde luego, todos ellos colaboraron para que Highmore presentara sus credenciales como aquel que piensa, diseña, soluciona y hasta improvisa un poco.
Como en The good doctor, el joven ingeniero Thom es, permítame insistir en ello, además de juvenil, inocente, cándido diríamos, pero con una inteligencia que rivaliza con el prodigio. Apenas ha concluido los estudios y ya es buscado por los headhunters del área. Los personajes que lo rodean, tanto en los episodios iniciales de la serie médica como en Asalto, habrán de irlo respetando muy poco a poco, conforme demuestre sus talentos. Para el caso, los cazatalentos son un pequeño pero bien armado grupo de criminales acostumbrados a ganar y que por ello lo miran por encima del hombro. Tienen sus virtudes, y eso los hace ser al inicio un poco pasaditos de verduras con el ingeniero que recluta el líder de la banda.
La acción en el filme, que la hay, importa, pero mucho menos que la inteligencia. La cátedra de actuación de Freddie Highmore consiste pues casi sólo en la variación de expresiones faciales. Y ahí residirá gran parte del valor de la película: en The good doctor existe el recurso de visualizar las soluciones que imagina. En Asalto, no. El actor ha de arreglárselas para que el espectador confíe en su aptitud con un mínimo de movimientos corporales. Si trasladáramos a la música su forma de representar el pensamiento, a un tema que ubiquemos porque hemos crecido con él, es como el Concertino de don Manuel Bernal Jiménez: elegante, estructurado, irrepetible.
Quizá no sea la más grande cinta de su género, pero está seguro en la lista de las primeras 10 entre centenares de ellas. Y, puede usted creerme, querido lector, meterse a la Casa de Moneda en España de ninguna manera es un juego. No, señor.