Marco Aurelio seguía —de la forma más clasista que la Roma de hace casi dos mil años permitía— una tradición instaurada por su bisabuelo: “no frecuentar las escuelas públicas; disfrutar de buenos maestros en casa; saber que en eso hay que gastar de forma espléndida”. No había una escuela pública como tal en Roma, es decir, garantizada por el Estado, pero sí un espacio atendido por un profesor, que bien podía estar en una plaza, a donde las familias menos pudientes enviaban a sus hijos.

El sabio emperador, con toda razón, le concedía una extraordinaria importancia a la enseñanza. Y qué mejor si esta era en casa con los maestros más talentosos y cultos. En esa materia, ciertamente, no había nada que escatimar. Luego de que se valoró la socialización (Quintiliano, en la antigüedad, ya la recomendaba) la escuela en casa dejó de ser la mejor opción y se pasó a la escuela más o menos como la conocemos hoy, ya sea pública o privada.

En el caso de México, aunque la educación pública fue una conquista de la Revolución, ningún revolucionario en el poder pensó jamás en enviar a sus hijos a la escuela pública. Y esa práctica, sin que desde luego hayan leído a Marco Aurelio, sigue siendo lo más “normal” para la gran mayoría de los políticos mexicanos.

Ahora, en tiempos de la Cuarta Transformación, los morenistas no son la excepción: ningún gobernador, senador o diputado (por más rascuaches que se vean) confiaría a los maestros de la CNTE la educación de sus hijos y, por supuesto, tampoco querrían que los libros de Marx (el de Morena, pero mucho menos los de Karl) fueran sus libros escolares de cabecera.

A todo este pelaje de “progresistas” se les puede llamar hipócritas y farsantes sin ninguna duda, pero no estúpidos (no del todo). Saben que la bazofia ideológica que predican —malamente, porque jamás ponen el ejemplo— es sólo para consumo de la clientela de la que viven: los pobres de México. Sobra decir que en la primera oportunidad que tienen, estos jurados “siervos de la nación” envían a sus muchachos a estudiar al extranjero, haciendo realidad (en su caso) lo que con gran visión patriótica ya advirtió el primer mandatario: “Esos que estudian en el extranjero los mandan a aprender a robar”.

Es aquí donde queda claro que parte del desastre que representan los libros de texto gratuitos (LTG) es también moral: los defienden cínicamente y por consigna aquellos a quienes les importa un comino lo que los niños de la escuela pública estudien o dejen de estudiar. Si creyeran, por un momento, que esos libros serán para sus hijos, tal vez reaccionarían de otra forma; lo mismo ocurriría si tuvieran que pasar, ellos o sus familiares, una noche en un hospital público y al día siguiente acercarse a la farmacia del mismo nosocomio para descubrir que no hay medicamentos.

El drama de la educación en México hoy se expresa en los LTG. Están mal escritos y peor pensados, incluso en los temas donde tienen la buena intención de cumplir con su cometido. Pero este fracaso —uno más dentro del fracaso educativo general del país—, seamos justos, no es responsabilidad exclusiva de Morena. Más bien: Morena es el resultado del fracaso educativo del país. Es un aparato de poder nutrido de la profunda ignorancia de sus bases, la proverbial mediocridad de sus dirigentes y la ausencia de cultura democrática en sus filas.

Una escuela de cuadros con un programa de estudios que privilegiara la tolerancia, el pluralismo y el respeto a las instituciones y reglas democráticas no le hubiera venido nada mal a Morena. Pero ya es tarde para eso. Lo único con ribetes académicos que se les ha ocurrido, gracias a la incansable labor del señor Arriaga (Marx, pues), es impulsar desde el rencor de sus entrañas ideológicas un “cambio radical” en la enseñanza pública imponiendo el modelo de la “Nueva Escuela Mexicana”, que por lo que hemos visto busca formar desde las primarias y secundarias públicas potenciales militantes de su organización: acríticos, ajenos al razonamiento lógico-matemático, educados en el culto a la personalidad, sin aprecio por la ciencia, con aversión a la competitividad, devotos cerriles de “lo mexicano”, iletrados correctoparlantes, con una visión maniquea y parcial de nuestra historia, sin un horizonte global, en fin, nuevos cuadros con todo lo necesario para aniquilar de una vez por todas a su bestia negra favorita, el neoliberalismo.

Ese es, con perdón de Cri-Cri, el único “caminito de la escuela” que conocen.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González

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