Cuenta la leyenda que me compartió mi muy admirado profesor Robert Cooter en su casa de Berkeley hace 27 años que: “Hace mucho tiempo reinaba en cierta parte de la India un rey llamado Sheram. En una de las batallas en las que participó su ejército perdió a su hijo y eso le dejó profundamente consternado. Nada de lo que le ofrecían sus súbditos lograba alegrarle.

Un buen día, un tal Sissa se presentó en su corte y pidió audiencia. El rey lo hizo pasar y Sissa le presentó un juego que, aseguró, conseguiría divertirle y alegrarle de nuevo: el ajedrez.

Después de explicarle las reglas y entregarle un tablero con sus piezas, el rey comenzó a jugar y se sintió maravillado: jugó y jugó y su pena desapareció. Sissa lo había conseguido.

Sheram, agradecido por tan preciado regalo, le dijo a Sissa:

—Sissa, quiero recompensarte dignamente por el ingenioso juego que has inventado.

El sabio contestó con una inclinación.

—Soy bastante rico como para poder cumplir tu deseo más elevado —continuó diciendo el rey. —Di la recompensa que te satisfaga y la recibirás. Sissa continuó callado.

—No seas tímido —le animó el rey. —Expresa tu deseo. No escatimaré nada para satisfacerlo.

—Soberano —dijo Sissa. —Manda que me entreguen un grano de trigo por la primera casilla del tablero del ajedrez.

—¿Un simple grano de trigo? —contestó admirado el rey.

—Sí, soberano. Por la segunda casilla ordena que me den dos granos; por la tercera, 4; por la cuarta, 8; por la quinta, 16; por la sexta, 32...

—Basta —le interrumpió irritado el rey. —Recibirás el trigo correspondiente a las 64 casillas del tablero de acuerdo con tu deseo; por cada casilla doble cantidad que por la precedente. Pero has de saber que tu petición es indigna de mi generosidad. Al pedirme tan mísera recompensa, menosprecias, irreverente, mi benevolencia.

Sissa sonrió, abandonó la sala y quedó esperando en la puerta del palacio.

Después de algunas horas le comunicaron al rey que el matemático mayor de la corte solicitaba urgentemente audiencia para presentarle un informe muy importante.

El rey ordenó que le hicieran entrar.

—Antes de comenzar tu informe —le dijo Sheram —quiero saber si se ha entregado a Sissa la mísera recompensa que ha solicitado.

—Precisamente para eso me he atrevido a presentarme intempestivamente —contestó el anciano. —Hemos calculado escrupulosamente la cantidad total de granos que desea recibir. Resulta una cifra excesivamente enorme...

—Sea cual fuere su magnitud —le interrumpió con altivez el rey, mis graneros no empobrecerán. He prometido darle esa recompensa y por lo tanto, hay que entregársela.

—Soberano, no depende de su voluntad el cumplir semejante deseo. En todos los graneros de la tierra no existe la cantidad de trigo que exige Sissa.

El rey escuchaba lleno de asombro las palabras del anciano sabio.

—Dime, ¿cuál es esa cifra tan monstruosa?, preguntó reflexionando.

—¡Oh, soberano! Dieciocho trillones cuatrocientos cuarenta y seis mil setecientos cuarenta y cuatro billones setenta y tres mil setecientos nueve millones quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince (18.446.744.073.709.551.615) granos de trigo.

El rey se quedó de piedra, pero en ese momento Sissa renunció al presente. Tenía suficiente con haber conseguido que el rey volviera a ser feliz y además les había dado una lección matemática que no se esperaba.”

(Fuente: Dominio popular. [En línea] Adaptado del blog “En Clave de Niños”).

Esta leyenda es muy aleccionadora para comprender el tema de riesgo del coronavirus. La diferencia entre abrazarse y no es la distinción entre pasar o no pasar de un cuadro a otro en el tablero mundial de ajedrez. Es la distinción entre datos estáticos (cuánta gente hoy está contagiada) y la composición exponencial de futuros receptores del virus (probabilidad de contagios si no tomamos precauciones).

Esta es la diferencia entre estadística y probabilidad. Entre tener ‘un miserable grano en el tablero’ y más de 18 trillones. Somos más de 7 billones de humanos en el mundo. En 64 contagios exponenciales (casillas del tablero de ajedrez), la enfermedad puede retransmitirse 2,500 veces (aproximadamente) entre cada uno de los seres de la tierra. Por ello es imperativo tomar el tema seriamente: (1) reduciendo la dispersión del contagio (2) ganando tiempo para que la gente pueda tener inmunidad y (3) evitando que los sistemas de salud estén sobresaturados. Es decir, es grave contagiarse, pero más grave que todos nos contagiemos al mismo tiempo. En el léxico de las políticas públicas es trascendente mitigar el problema ‘aplanando la curvatura de frecuencias’.

Esto no es ni debe ser un tema de pánico, sino de prevención. Es hora de confiar en la ciencia y evitar cualquier tipo de imprudencias. Es un problema colectivo; involucra a a toda la humanidad. No respeta fronteras ni estratos. Solo discrimina —en peor medida— en contra de la gente de la tercera edad o con el sistema inmunológico comprometido.

Por ello es razonable cometer el error de pre-ocuparse de más, en vez del error de no haber tomado las medidas preventivas.

Somos parte del problema y de la solución. La complejidad es sistémica, cada uno de nosotros ‘somos granos de trigo en el tablero de ajedrez’ y depende de nosotros el ser parte de la involución —o de la evolución— del daño.

En memoria de Oscar F. Roemer-Rosenfeld, amante del ajedrez.

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