Según una antigua leyenda, el rey Canuto estaba caminando a la orilla del mar. Su corte lo seguía, exaltando al Rey con una reverencia desacertada, diciéndole que él podía incluso dar órdenes a las olas. Canuto pidió que trajeran su trono a la playa y allí se sentó. Luego, en un acto deliberadamente inútil, mandó a las olas detenerse.

Pese al decreto de Canuto, las olas continuaron su arremetida inexorable contra la playa y contra sus pies. En tono de reproche, Canuto respondió, Sepan todos los hombres cuán hueco y despreciable es el poder de los reyes. Porque ninguno es digno del nombre sino Dios, a quien obedecen el Cielo, la Tierra y el mar.

Disculpe el lector el inicio que pareciera irónico o sarcástico. El caso es que Otis vino a demostrarnos que no puede nadie contra los embates de la Naturaleza, por muy fuerte o definido, que no es el caso, que sea su color. Es decir, Otis refrenda la leyenda con que inicio estas palabras. Veamos.

Una de las quejas de los damnificados, así como de los hoteles, de los centros nocturnos y de los municipios afectados es que el Gobierno, en sus tres acepciones, federal, estatal o municipal, nunca dio un parte confiable de la magnitud del meteoro. El Gobierno en sus tres cabezas, que deberían pensar mejor que una, dijo desconocer que el tal Otis sería tan grande. Curiosamente, desde hace más de una semana, los partes de CONAGUA y el servicio meteorológico dieron buena cuenta de este fenómeno de una capacidad enorme y destructora. Pero regresemos al punto.

6 de cada 10 guerrerenses viven en pobreza. 2 de cada 10 en miseria. 8 de cada 10 empleos son informales. Gran parte de los formales se esfumaron en una noche. El estado ocupa el último lugar nacional en grado de escolaridad (7 años), en educación superior (sólo 14 de cada 100), en hogares en hacinamiento, en hogares con dotación diaria de agua. Había 132 mil viviendas con piso de tierra. ¿Qué pasó con ellas?

AMLO no fue a Acapulco, los acapulqueños irán a la CDMX. No vino a nuestro municipio, agregan otros afectados por Otis. No recorrió ni una sola colonia. No escuchó a la gente. No dimensionó el problema. Regatea recursos para la reconstrucción y privilegia sus obras faraónicas. No quieren etiquetar para Guerrero ningún fondo de apoyo en el presupuesto de egresos 2024. Quieren minimizar la tragedia. No quieren entender que hay hambruna y emergencia sanitaria. Por eso los guerrerenses irán a la

CDMX. Salieron de Acapulco, el domingo a las 8 am del Asta Bandera. Entraron a Chilpancingo a las 10.30 am. En Cuernavaca llegarán a las 4 pm. Llegarán a Palacio Nacional el próximo lunes 6 de noviembre a las 10 am, ahí se quedarán. La invitación, nos dice algún organizador, es a todas las personas que aman a nuestro querido Acapulco, a que se sumen a la Caravana por la Reconstrucción.

¿Entonces?

AMLO no solo no es el presidente que prometió en sus 18 años de campaña. Destierra los buenos sentimientos del pueblo minimizando el terror del viento, la lluvia, las casas y edificios destruidos. El presidente quiere quitarnos hasta la generosidad que nos distingue a los mexicanos. Pero no pudo por la presión ejercida en las redes sociales.

Y los mexicanos como siempre se siguen organizando para enviar ayuda a los guerrerenses. Esta historia ya ocurrió. En el temblor de la CDMX en 1985, la sociedad civil ante la inercia de las autoridades salió a rescatar, a excavar, a componer, a delimitar y organizar lo que el Gobierno tardó casi tres días en no hacer. Hoy sucedió lo mismo, por desgracia. Ante la indiferencia del Gobierno con sus tres cabezas malpensantes, fundaciones, ONG’S, la Cruz roja y otras muchas asociaciones civiles se pusieron a recolectar desde el momento en que se suscitó la tragedia. Sí, tragedia porque Otis se llevó todo a su paso. No distinguió colores, emblemas, partidos o lemas. Todo se llevó la furia incontenible. ¿Qué va a ocurrir ahora? Solo lo sabe el destino, sin ganas de ponernos agoreros.

Los muertos, desaparecidos, casas, departamentos y hoteles así como restaurantes y bares quedaron inhabitables, todo sin servicios y la oscuridad y el llanto se adueñó de Guerrero en poco menos de 2 horas.

Otis se llevó la ilusión de seguir atendiendo a los turistas que cada fin de semana, puentes, Semana Santa, veranos y las fiestas de fin de año volvían a Acapulco, el lugar ideal para miles de mexicanos. Hoy no tienen nada ni la certeza de que volverán a recuperar su paraíso. El paraíso perdido se deja ver en cada rostro, en cada persona, en cada hombre y mujer, niño o joven, ancianos o señores en edad madura. Cayó un huracán, un fenómeno que despedazó no solo construcciones, devastó ideales, negocios (formales e informales) proyectos, ideas, socavó la tierra y las heridas no tienen para cuando cerrarse.

Pregunta, y solo es pregunta, ¿cómo van a subsistir todas esas familias que viven del turismo? Se vaticina que la reconstrucción, dicho por el presidente, durará al menos siete meses, de aquí a marzo o abril. Bien. Está resuelto. Por arte de magia, en su jacobina formación, el presidente decreta que todo está resuelto. Listo. Vamos a otra cosa. ¿Cómo va el tren maya, la refinería, el aeropuerto? Eso es lo que dejaré. Acapulco estaba ya destruido por aquellos que llegaban a gozar de la suculencia del puerto, llenándolo de bajas pasiones. Eso piensa el presidente. No lo sabemos, solo vemos su actitud… Y esa es la que no acaba de solucionar las cosas.

AMLO mide sus fuerzas con las de la Naturaleza y, sabiéndose vencido, mejor deja en manos de la “buena voluntad” de los demás la solución. A la pregunta sobre el Fondo Nacional para Desastres Naturales, responde que se utilizó en otros proyectos. ¿Se utilizó o se utilizará? Porque la gramática aquí sí cuenta.

Y lo más extraño es que aún no logramos comprender la inacción de nuestro antes gloriado ejército mexicano, la marina, el DIF y sus albergues no están a la altura de este desastre nunca visto. La gente salió a la calle, limpió banquetas, reacomodó el desastre y se dio a esperar esa ayuda que antes era inmediata, correcta, dispuesta a rescatar gente y patrimonio.

Inmóviles, mirándose mutuamente ciudadanos y funcionarios fue lo que pudieron captar los reporteros que fueron 5 días después del paso del huracán, en la bodega donde se concentraron las despensas del gobierno y necesitaban una orden para distribuirlas. ¿Orden de quién? ¿Qué esperaban?

Cuando el hambre y la sed apretaron los estómagos, claro que salió a flote la desesperación, la molestia, la desprotección.

Finalmente, después de muchos días de inacción, el Gobierno lanza su postura, a más indignante y feroz que el mismo huracán. Se atenderán solo los municipios de Acapulco y Coyuca de Benítez. Lo peor no es la indolencia. Es la arrogante politización de la tragedia. El presidente ordenó perifonear su voz por las calles desoladas de Acapulco. Instruyó cercar Acapulco y dijo que ninguna ayuda ciudadana entrara a la ciudad, violando la Constitución. Prohibió a la Cruz Roja entrar con alimentos. Toda la ayuda sería entregada a los Servidores de la Nación, sus Camisas Pardas, tal como lo hizo Anastasio Somoza tras la devastación de Managua en 1972.

He ahí el hombre.

La empatía no puede anularse por decreto. La indignación no ensordece por un perifoneo. Aunque no crea usted, atinado lector, aún falta.

El pasado 3 de noviembre concluyó en la Cámara de Diputados la discusión y votación del presupuesto 2024 sin ningún peso para la reconstrucción de Acapulco. Además, este presupuesto privilegia al gobierno y no a la gente; abandona a los municipios y los estados. Ahí está. Palo contra el que tuvo, palo contra el que tiene, palo para los damnificados y afectados por Otis para que no tengan.

Soluciones. Justicia. Fortaleza. Eso necesita Guerrero… y todo México.

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