En el marco de un ejercicio periodístico poco usual intentaré localizar, en este breve espacio, algunas razones del atraso mexicano, en la inteligencia que para lograrlo resultará inevitable comparar el desarrollo económico estadounidense con el de nuestro país. Comencemos por afirmar que ya en 1800 la productividad por cápita en México era la mitad de la de Estados Unidos, y que para 1877 nuestro Ingreso Per Cápita había caído a una décima parte del estadounidense. (Hoy en día México genera el mismo producto interno que Ohio... Todo México produce el 5% de Estados Unidos).

¿Qué pasó? Pasó que cuando Iturbide accedió al poder en 1822, 95% de los mexicanos eran analfabetos, porcentaje que se redujo a un temerario 85% en 1911, cuando largamos a Díaz a punta de bayonetazos al mar. Pasó que la Antigua Real y Pontificia Universidad de México, fundada en 1551, hasta hace unos cuantos años era una cantina mejor conocida como El Nivel, mientras que la Universidad de Harvard, fundada casi un siglo después, se convertía en una cantera donde se forjaba a los ciudadanos del mañana.

Pasó que el rey de España no estaba sujeto a la ley, sus poderes eran absolutos, concedía exenciones o las negaba, intervenía en decisiones judiciales, gobernaba de acuerdo a sus estados de ánimo ante la ausencia de parlamentos o congresos, que difícilmente se dieron hasta ya entrado el siglo XIX, y sin la autonomía propia de los poderes federales, en tanto, la corona inglesa permitía el autogobierno en las 13 colonias que, cuando se independizaron del Reino Unido, ya habían adquirido experiencia en materia de administración pública. En México tiramos por la borda a los españoles conocedores de las complejas tareas de gobierno y advino el caos.

Resultó imposible poner una piedra encima de la otra sin estabilidad política. En Estados Unidos ningún jefe de Estado regresó 11 veces al poder como lo hiciera Santa Anna, sin olvidar que en México, sólo de 1820 a 1856, hubo 36 presidentes. Trump es el número 45 en 241 años. Es obvio que fue imposible ponernos de acuerdo en los congresos republicanos. Se impuso la tendencia de importar un príncipe extranjero para que gobernara al México independiente hasta que Juárez, para nuestra buena fortuna, fusiló a Maximiliano. Washington o Jefferson o Madison no tuvieron semejantes tentaciones políticas monárquicas.

Ya desde el siglo XIX un filósofo francés sentenció: “el peor castigo que les puede imponer a los mexicanos es que se gobiernen solos”. Si los políticos estadounidenses no intentaron imponer a un rey inglés para gobernar Estados Unidos, en México, el alto clero y más tarde el Partido Conservador, intentaron traer a Fernando VII, a Enrique II y luego a Maximiliano para que dirigiera los destinos del México independiente. La élite criolla y el clero se opusieron a las reformas institucionales. El clero tenía el monopolio educativo, monopolizaba prácticamente las finanzas, llegando a tener hasta 5 veces más presupuesto e ingresos que el propio gobierno federal, acaparaba 70% de las tierras cultivables, las llamadas “manos muertas”. El clero financió revueltas y golpes de Estado que desequilibraron por décadas al país. ¿Cuántos derrocamientos presidenciales patrocinó la Iglesia protestante en Estados Unidos en el siglo XIX? El clero obstaculizó el desarrollo económico de México desde que acaparó los capitales y recaudó durante siglos impuestos a través del diezmo, entre otros tantos más.

¿Cuántos impuestos recaudó la Iglesia protestante de Estados Unidos o cuántos latifundios detentaba o cuántas guerras financió, como la de Reforma, o cuántos bancos fundó o cuantos levantamientos armados patrocinó para defender sus intereses materiales? ¿Cuántos? ¡Menudo enemigo ensotanado que armado con la cruz de la excomunión y las limosnas millonarias en un país de reprobados, siempre se opuso a las grandes causas de México. La Inquisición, que no existió en las 13 colonias, prohibió en México libros científicos y filosóficos y se persiguió a quien “pensara peligroso”. En aquellos países en donde se aposentó la Inquisición, también se aposentó el atraso, y si no, baste con comparar el desarrollo económico y social de Australia, Canadá, Estados Unidos, Japón, Reino Unido y Alemania, países no inquisitoriales, como los hispanoparlantes.

En Estados Unidos se consolidó prematuramente la democracia, con lo que, en paralelo, se empezó a construir un eficiente Estado de Derecho, el gran detonador de la economía y del desarrollo social: la certeza jurídica. La embrionaria evolución democrática mexicana es igual o peor que nuestros sistema de impartición de justicia. He ahí entonces el origen de la impunidad, del autoritarismo y de la corrupción que padecemos hasta nuestros días.

El fracaso educativo propició la concentración de la riqueza; el clero invitó a la resignación, a la pobreza y estimuló la explosión demográfica, sin lograr que los mandamientos contuvieran nuestra destrucción ética; la ausencia de democracia trajo de la mano una ineficiente impartición de justicia que fomentó la corrupción y aceleró la putrefacción social. Los gobiernos se convirtieron en pandillas cuando dejó de existir la separación de los poderes de la Unión y la justicia se subastó al mejor postor. El resto se dio solo cuando las bandas de políticos entendieron el ahorro público como un exquisito botín, sin que al sustraerlo ilícitamente alguien protestara, de la misma manera que pocos reclamaban ante los insultantes fraudes electorales.

¿Conclusión? Fortalezcamos nuestra democracia porque de ella depende nuestro Estado de Derecho y de éste nuestro porvenir y el eterno descanso del México bronco…

fmartinmoreno@yahoo.com

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