En este tiempo de confusiones políticas, indignación ciudadana y propuestas que no acaban de condensar las salidas posibles a la tragedia del país, volvimos a reunirnos bajo la convocatoria de la organización “Por México hoy”, personalidades políticas que hemos proclamado desde hace tiempo la necesidad de construir un programa capaz de atajar la degradación del país.

La distancia entre sociedad y Estado nunca había sido tan grande como ahora: se ha vuelto abismal e insostenible. La mentira como método de gobierno es simplemente intolerable. La corrupción desmorona todos los tejidos de la vida pública y vacía de sentido la actividad política.

Formamos este polo de convergencias para elaborar una propuesta incluyente y transgeneracional, un programa de cambio, esto es, de izquierdas, pero que debiera extenderse a todas las conciencias patrióticas y democráticas del país. Rememoramos la hazaña de 1988 que sacudió a la sociedad y produjo las modificaciones políticas ocurridas en el país, pero que a su vez también precipitó la entronización del neoliberalismo. Fue el comienzo de una transición abortada.

En el camino produjimos documentos varios que contienen las denuncias, demandas y proyectos de los sectores progresistas; así la Propuesta de la Corriente Democrática, el Programa de la Revolución Democrática, Un México para todos y el Manifiesto por una nueva República. En todos ellos coincidimos en la necesidad de contar con una nueva Constitución para el país. La causa misma por la que la transición se descarriló es que sus conductores no tuvieron el empeño de convertir el cambio en una auténtica reforma del Estado.

Los periodos constitucionales son ciclos que terminan ante la incapacidad para normar y transformar la realidad. La Constitución de 1917 es un referente histórico —como la de 1857, 1824 y la de Apatzingán en 1814— pero su texto actual ha sido de tal modo traicionado en sus principios esenciales que invitan a una nueva concepción del conjunto normativo. Más del 80% de sus artículos han sido modificados, cuando no destazados.

Lo que necesitamos es rescatar la esencia de las Constituciones históricas del país, reforzarlas y actualizarlas conforme a los desafíos de nuestro tiempo. Si de refundar la República se trata, lo que se requiere es una Constitución restaurada, lo que va desde una sistemática coherente, un texto limpio y accesible, la eliminación de contradicciones y la revisión del andamiaje institucional.

Consideremos que se trata de una empresa de grandes proporciones que debe ser acompañada por un gran movimiento social, por un conjunto de organizaciones y de conciencias diversas y plurales que se integren en un mismo esfuerzo. Se trata de un cambio histórico. Como decía Gramsci: hay que romper el “empate catastrófico” entre un gobierno ausente y una sociedad que no ha podido llegar al poder.

He recibido sugerencias varias sobre cómo llevar a la práctica este proceso. Algunos se inclinan por promover una consulta nacional sobre la necesidad de convocar a un congreso constituyente federal; esta consulta no sería vinculante porque nuestra sometida SCJN no lo permitiría. Pero con las firmas que se obtuvieran, podríamos introducir una iniciativa popular perfectamente legal para reformar el artículo 135 de la Constitución, de modo que no hubiera sólo una metodología para modificarla, sino que —en acatamiento de los pilares de nuestra democracia, contenidos en el Artículo 39— se abriera la posibilidad de convocar a un congreso constituyente. Ese sería el comienzo de una gran lucha política y parlamentaria con la mayor suma de fuerzas, organizaciones e individuos que sea posible, que desembocaría en lo que podríamos llamar una convergencia constitucional.

Por ello mismo nuestro propósito no es electoral: no somos un partido político ni aspiramos a serlo. No estamos en busca de candidaturas, sino de conciencias y liderazgos alertas que, desde su pluralidad, hagan posible la gran transformación que la nación espera.

La descarnada conciencia colectiva respecto de los infames acontecimientos de Ayotzinapa, sumada a otros agravios imperdonables, han convertido al cinismo como método de gobernar. Ha llegado un punto de no retorno para la sociedad y se ha iniciado, a la vez, una cuenta regresiva para este régimen político que no puede perdurar.

Depende de la constancia y el coraje de millones de compatriotas que podamos rescatar a México del abismo. Hagamos con fervor y honestidad la parte que nos corresponde.

Comisionado para la reforma política del Distrito Federal

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