México es un país extraño en el que el gobierno que tiene los niveles de aprobación más bajos en décadas, obtuvo los votos necesarios para obtener la mayoría en el Congreso en las pasadas elecciones intermedias. ¿Cómo entender eso? Porque el desprestigio del grupo en el poder sólo es comparable con el nivel de deterioro en la imagen de la oposición. Y esa es la dura realidad que enfrentará Agustín Basave como nuevo presidente del PRD.

El reto es mayor. Porque en cualquier otra democracia, una crisis política y social como la que vive el país sería la ruta natural para el triunfo de los partidos opositores, sobre todo de izquierda. Aquí no. Y la explicación es que para muchos mexicanos, millones, hay una diferencia entre ser de un partido distinto al poder y ser realmente de oposición. Dicho en español simple y llano: porque para los electores comunes y corrientes, priístas, panistas y perredistas están cortados con la misma tijera y no representan una diferencia sustancial.

Esa percepción está basada en la experiencia. Porque si bien algunos gobiernos de izquierda —como los de Cárdenas, López Obrador o Ebrard— tuvieron un componente social importante, en otros rubros la experiencia no es homogénea. ¿O cuál es el hilo conductor entre los gobiernos que ha tenido o tuvo el PRD en Zacatecas, Michoacán y Tabasco? ¿Qué significa ser de izquierda ya en el poder? Vistos los resultados, muy poco pues salvo el DF, el resto de los electores que probó al PRD lo abandonó muy pronto para regresar de nuevo al PRI.

A eso se suma que la sensibilidad social tampoco ha sido otro de los atributos de la marca del Sol Azteca. Basta con ver las respuestas de Ángel Aguirre en Guerrero o de Graco Ramírez en Morelos a las protestas ciudadanas por la inseguridad, para ver a qué me refiero.

Sin un sello (positivo) que los distinga, y sin un contraste claro con el gobierno federal, no está claro por qué un elector tendría que votar por el PRD ni qué recibe en respuesta que sea distinto a los otros partidos. Y sin eso resuelto, no hay identidad que se pueda ofrecer a los votantes. A eso se suma la percepción —real o no, es irrelevante— de que la izquierda perredista no ha sido un actor realmente crítico ante muchas acciones del gobierno, porque tiene tantos esqueletos en su propio clóset, que sabe que entrar a señalar culpas es un juego en el que terminará por perder.

¿Puede en este escenario hacer algo Agustín Basave, un académico que llega desde afuera para encabezar al perredismo? Ojalá la respuesta sea sí. Porque más allá de si se simpatiza o no con ese partido, hace falta una opción de izquierda que coloque los temas de justicia social y de defensa de las libertades en el centro de la agenda; porque el enojo social tiene que encontrar cauces y los partidos políticos deberían servir para reflejar y conducir ese estado de ánimo; porque el deterioro de la confianza en la democracia no es una buena noticia, pues se abren puertas para las opciones autoritarias que prometen respuestas exprés.

El tamaño del reto de Agustín Basave es enorme pero su experiencia política, y sobre todo su posible cercanía con la ciudadanía, pueden ser muy valiosas para reconducir a un partido que requiere de un cambio de rumbo urgente para poder sobrevivir. Por el bien del perredismo y sobre todo de los electores que no se ven reflejado en otros partidos, es deseable que tenga mucho éxito.

Politólogo y periodista.

@MarioCampos

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