Hace una semana se escuchó un suspiro de alivio en todas las capitales europeas con el resultado de las elecciones presidenciales en Austria. En un año normal, los comicios para elegir al jefe de Estado austriaco hubiesen pasado prácticamente desapercibidos fuera de Europa. Pero en esta ocasión, el desenlace conjuró un escenario en el cual el primer mandatario populista de extrema derecha en la Europa post-nazi habría alcanzado el poder a través de una elección democrática. El estrecho margen de victoria de Alexander Van der Bellen del Partido Verde fue de apenas 30 mil votos por encima de su rival, Norbert Hoffer. Candidato del Partido de la Libertad, fundado en la década de los cincuenta por ex nazis, Hoffer subió en las encuestas en gran parte por el eco que encontró en la sociedad austriaca su agenda anti-inmigrante, anti-refugiados y anti-musulmana, articulada sobre una plataforma de “Austria primero”. Cualquier similitud con Estados Unidos y con la plataforma y arenga (“América primero”) del candidato de facto republicano no es coincidencia.

Lo que hoy ocurre tanto en Washington como en Viena no es el resultado de complicidades geopolíticas como en la entre-guerra del siglo XX, pero sí encarna una convergencia de retos y agendas, así como un peligro real que se cierne sobre la democracia liberal. Está marcada en Europa por la conformación de un arco de políticas iliberales del Báltico a los Balcanes y un terreno político cambiante en el cual partidos tradicionales están luchando por retener el poder ante nuevas agrupaciones y partidos nacionalistas y populistas al alza. El retorno al pasado grandioso no sólo resuena en actos electorales en EU o en Austria; hoy se escucha también en Francia y Gran Bretaña. Como nunca desde el fin de la Guerra Fría, valores liberales como la tolerancia, pluralidad, inclusión, transparencia o el Estado de derecho y respeto por la dignidad humana están siendo puestos en entredicho. Como nunca desde entonces, políticos en democracias establecidas y en algunas de más reciente cuño están traficando abiertamente con demagogia, populismo, revanchismo, xenofobia y paranoia. Estamos viviendo una falta de confianza en los modelos de gobernanza en muchas partes del mundo, acompañada de apatía y un sentido de alienación. Ello, azarosamente, genera vacíos que son ocupados por individuos como Trump o Hoffer. Lo que estos dos —y otros— ofrecen es más que una plataforma de postulados o principios; es un actitud. Es la fórmula Sinatra de “a mi manera” o nada; es nosotros contra ellos y la demonización de los otros; donde la democracia es el control, predominio y gobierno de la mayoría sobre la minoría. En EU es el rechazo a la globalización y libre comercio; el nacionalismo, epitomizado por el “Hacer a América grande de nuevo” de Trump; el alcahueteo de un choque de civilizaciones y culturas; un ataque a las élites, incluyendo Washington, Wall Street, las universidades y think tanks; y una denuncia de los medios. Variantes de estas tendencias también están floreciendo en mayor o menor medida en varios países europeos. Alexis de Tocqueville alertó del peligro cuando los ciudadanos de una democracia, enojados y sin contrapesos, atentan contra las instituciones y principios creados para proteger y garantizar sus libertades.

No podemos ignorar la profunda dislocación social y política que 2008 ha detonado en muchas partes del mundo. Como en 1929, esta recesión resultó en un grupo reducido de ganadores y grandes sectores sociales que perdieron. Entre 2007 y 2014 los salarios de muchos trabajadores de cuello azul declinaron, y tanto en EU como en Europa el ingreso de la clase media está estancado. La desigualdad y la polarización del ingreso se han ahondado y la política se ha convertido en una batalla en torno a un pastel que se achica. Y aún no hemos encontrado maneras eficaces de ayudar a los que pierden. Mala cosa cuando ante la falta de crecimiento económico y los flujos migratorios, muchos de los gobiernos europeos han carecido de respuestas, o la mayoría de los estadounidenses creen que el liderazgo de los dos partidos políticos los ha “traicionado”.

El intento fallido de Hoffer —y esperemos el de Trump también— pueden ser el primer aviso. Trump ha mostrado el potencial político que encierran conceptos sobre los que ha construido su campaña. Una generación nueva de nacionalistas en EU y en Europa podrían sacar provecho de ello. Trump, Hoffer, Le Pen y otros más como ellos son pésima noticia para la comunidad internacional y para la democracia liberal. La historia del siglo XX nos muestra lo que ocurre cuando se permite que demagogos xenófobos lleguen al poder. Y al igual que en los albores del fascismo el siglo pasado, debemos clamar, “¡no pasarán!”.

Consultor internacional

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