Foto: Carl Borromäis Andreas Ruthart, Caza del oso

“El que se excede en audacia es temerario, y el que se excede en el miedo y le falta coraje, cobarde”. Así buscaba Aristóteles el término medio entre el miedo y la audacia (cf. Ética Nicomáquea, 1107b). El miedo no es, de suyo, algo negativo. Es una reacción que nos permite huir de las amenazas. Pero las amenazas pueden ser reales o ficticias. De hecho, uno de los resortes más fuertes del miedo es lo desconocido. En la medida en que conocemos la amenaza, y entendemos en qué consiste y cómo funciona, pierde la desproporción que a veces la acompaña, y permite enfrentarla con sensatez. La falta de miedo en un contexto real de amenaza –es decir, la temeridad–, puede impedirnos captar los riesgos y asumirlos prudentemente. Conduce con aparente arrojo a un fracaso calamitoso. Pero la cobardía, que establece a los individuos en el miedo, paralizándolos, en vez de proteger la vida, la anula. Capitula antes de la batalla sin atreverse a pensar que pudo ganarla. Se somete, considerando que es mejor la supervivencia en pobres condiciones que morir enarbolando una causa tal vez hermosa, pero irrealizable.

El pánico es miedo fuera de control. Alerta ciega. Afecta a los individuos, pero puede contagiarse, dada nuestra natural conducta mimética. Arruina la posibilidad de enfrentar las amenazas con los instrumentos reales con los que se cuenta. En algunas ocasiones se desencadena ante algún evento impredecible. Pero en otras, no faltan mentes perversas que lo suscitan, convencidos de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”. En cuanto a las víctimas, existirá el ingenuo que se imagine que se aleja de la amenaza porque corre con prisa. Pero la carrera puede ser en círculos, o dirigirlo directamente a la amenaza. O, aplicando la expresión del profeta, “como cuando uno huye del león y se topa con un oso” (Am 5,19).

Entre el exceso y el defecto, siguiendo a Aristóteles, para alcanzar el fin en los actos voluntarios existe la deliberación sobre los medios. “Deliberamos sobre lo que está en nuestro poder y es realizable” (ibid., 1112a). Y “la deliberación tiene lugar acerca de cosas que suceden la mayoría de las veces de cierta manera, pero cuyo desenlace no es claro y de aquellas en que es indeterminado” (ibid., 1112b). En el pánico cesa la deliberación. Pero entre la audacia y el miedo razonable, la deliberación es instrumento oportuno que permite entender la situación, identificar las amenazas, reconocer las oportunidades, y, si se quiere, por emplear figuras contemporáneas, también descubrir internamente las propias fortalezas y debilidades. Más allá de lo fortuito y de lo impredecible, la deliberación favorece decisiones sensatas, razonables, no puramente instintivas o emocionales.

El desafío se vuelve particularmente intenso cuando –como ocurre en nuestro tiempo– se desconfía de la inteligencia objetiva, se cuenta con voluntades debilitadas y se depende sobre todo de disposiciones emotivas o caprichosas, que reclaman satisfacciones inmediatas. La ausencia de liderazgos es grave no porque no haya quien convenza y arrastre, sino porque se echan de menos proyectos comunes, valores compartidos, certezas culturales. Una sociedad instalada en la trampa y en el beneficio inmediato, sin sentido de pertenencia, es presa fácil del pánico. Sálvese quien pueda.

En el fondo, entre el miedo y la audacia está la educación. Educación en sentido pleno. No sólo habilidades para producir y consumir. Inteligencia desarrollada, sentido comunitario, axiología, dominio de sí, capacidad de sacrificio para alcanzar nobles fines, visión completa de la existencia. Renunciar a valores superiores es perder el rumbo específicamente humano y quedar a la intemperie, a la merced tanto del león como del oso. Necesitamos una nueva educación, que nos haga cargo de nuestros miedos y gobierne nuestra audacia. Inmersos en la corrupción, nunca saldremos de la violencia. Crecerán los temores y seremos instrumentalizados a través del pánico. Algunos tal vez crean que no hay nada que hacer. Lo cierto es que muchos cambios culturales se han dado en condiciones de extrema urgencia. ¿Será hoy posible?

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