Cuentan que, poco antes de la Copa del Mundo México 1970, Marcos Rivas quedó fuera de la convocatoria de Raúl Cárdenas. De inmediato, se fue a jugar unos partidos amistosos a Guadalajara y, con uno de sus compadres, decidió ahogar las penas por unos días. De pronto, abordaron un taxi y el chofer le reconoció. Escuchó en la radio que Alberto Onofre había sufrido una fractura y quien entraría en su lugar era El Mugrosito, pero no le localizaban. Una vez que el taxista comprobó que se trataba de Rivas, buscó comunicarse a la Federación Mexicana de Futbol para avisar de su aparición. Le dieron instrucciones, lo llevó al aeropuerto y lo subió en el primer vuelo disponible. Apenas aterrizó en Ciudad de México, fueron por él y lo llevaron a la concentración del Tri, en avanzado estado de ebriedad... De ahí no saldría sino hasta finalizada la Copa del Mundo, aunque sin minutos en los cuatro partidos.

Marcos Rivas defendió los colores del Atlante, de 1968 a 1974, para después pasar al América, Leones Negros y finalizar su carrera en León. Originario de la colonia Nueva Tenochtitlán, en la Ciudad de México, se negó a mudarse de ahí, pese a sus elevados ingresos. Siempre fiel a sus amigos, con quienes compartía en la cancha de su barrio y en diferentes calles, donde era todo un personaje. Pero un día, previo a la pandemia, decidió mudarse a Durango y aislarse.

Uno de los máximos atractivos que descubrí a mi llegada al Atlante, en 1987, fue la cercanía entre las generaciones pasadas de jugadores azulgranas con los planteles posteriores. Incluso, la mezcla de aquellas glorias con los fieles seguidores en un mismo convivio. Aquella generación de los 70, que sufrió un descenso, celebró un ascenso al año siguiente, y poco después vivió la bonanza de la época del IMSS, fue representativa para la nuestra, que vivió episodios similares. Marcos Rivas, Beltrán, Bonavena, Negroe, Desachy, Manolete, Mejía, Franco, Negrete o Zárate, fueron ejemplo de lo que nosotros deberíamos ser al formar parte de un equipo tan original como único.

Sopresivamente, Rivas falleció durante una intervención quirúrgica de una hernia inguinal, el 19 de abril. Tres días después, nos dimos cita en su casa de la Ciudad de México, donde —para mi sorpresa— no había llanto ni drama, sino linda convivencia con cerveza, ron, tequila, pan y mariachi.

Rivas pasó a la posteridad como el único futbolista que ha ocupado las 11 posiciones en la cancha. En 1973, suplió a Rafael Puente —e incluso detuvo un penalti en ese mismo partido a Leo Cuéllar— en CU.

Sí, la muerte de Don Marcos es una gran pérdida para los atlantistas. Lo recordaremos y lo despedimos en el lugar, con la gente y de la manera que tanto disfrutó. Descanse en paz, con risas, música y un traguito, nuestro entrañable Mugrosito.

@felixatlante12 @felixunivision12

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