Hay ocasiones en que, como crítico, me encuentro sin palabras ante una película. Esto no es bueno para mí ni para la cinta en cuestión. Cuando una película fracasa siempre es interesante observar cómo lo hace: las contradicciones, las incoherencias de tono y de estilo, las malas actuaciones, son elementos fáciles de detectar y sobre todo de atacar. En el caso de las películas brillantes uno tiene la oportunidad obvia e imperdible de entenderlas y a veces, en el caso de las más ambiguas, como las de Bruno Dumont o Stanley Kubrick, interpretarlas. ¿Qué significa 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968)? ¿Es un viaje espiritual hacia Dios o la apoteosis del hombre, que renace como ser cósmico? Pero cuando uno se queda sin palabras es porque la película que vio es vacía, en los mejores casos, como un florero de cristal sin agua y sin vida dentro, la experiencia de un cadáver hermoso. Hay, curiosamente, un cuerpo así en La chica danesa (The Danish Girl, 2015), como si la película se describiera a sí misma accidentalmente. La imagen es romántica, pictórica en su composición y sus colores y describe una muerte feliz pero al fin muerte. Lo que quiero decir es que La chica danesa, en varios sentidos, está muerta.

En la historia —la del historiador, no de la película—, Lili Elbe, una de las primeras mujeres transgénero, murió a causa de una operación que convertiría a su yo masculino, Einar Wegener, en la mujer que inventaron él y su esposa, la pintora Gerda Gottlieb. Su muerte, un evento histórico, médico, personal, se reduce en la película a una culminación melodramática donde la complejidad psicológica se ausenta en favor de la conmoción. Ni el caprichoso Xavier Dolan simplificó tanto el cambio de sexo en Laurence Anyways (2012). Quien haya experimentado la filmografía del joven quebequense sabrá que le gustan los gritos, las lágrimas y las peleas. Su obsesión con el desprecio que pueden sentir dos amantes lo ha llevado a representar excesivamente los pleitos, como en Mommy (2014), pero aun así Laurence Anyways es una imagen compleja y visionaria de la invención de una mujer en la carne de un hombre. En sus imágenes y su dramaturgia, Laurence Anyways crea un balance de daños que causan las necesidades enfrentadas de dos seres. Para que un hombre y la mujer que lleva dentro sean libres, se deben separar dos uniones: la matrimonial, que forman el protagonista y su esposa, y la del andrógino que lucha dentro del propio Laurence (Melvil Poupaud) por escoger su identidad. La chica danesa imita esta estructura, pero lo que en el filme de Dolan fue un error —su extensión innecesaria de tres horas y ocho minutos—, en La chica danesa es una ausencia muy notoria.

El director Tom Hooper, que antes realizó El discurso del rey (The King’s Speech, 2010) y una adaptación del musical Los miserables (Les Misérables, 2012), siempre ha resultado popular por su capacidad de crear un cine visualmente encantador y dramáticamente conmovedor. En sus películas el espíritu de los tullidos, afectados por la opresión económica o física, triunfa más allá de lo individual y deja una marca en la historia. El rey George, castigado por su tartamudez, los pobres de Luis XVIII y Napoleón, que vencen la enfermedad y la miseria, y ahora Lili Elbe, oprimida por una sociedad que la consideraba perversa y demente, se convierten en símbolos contra la indiferencia y la exclusión. El cine de Hooper es un cine de héroes y es por ello un cine acrítico, laudatorio. En una entrevista con Joaquín Soler Serrano escuché a Octavio Paz decir que a los personajes históricos no hay que amarlos ni despreciarlos. Hay que entenderlos, nada más. Hooper difiere y, con la mentalidad del escultor, de esos que han regado por toda Londres estatuas de bomberos, obreros y soldados que mantienen el orden de Su Majestad, dibuja seres magníficos más allá de lo humano. Por supuesto que sus personajes son frágiles, de ahí parten hacia la gloria, pero Hooper busca conmovernos con su poder y sus hazañas. Como suelen hacerlo los cineastas de Hollywood, el inglés Hooper reduce a sus personajes a una victoria.

Ya hemos visto este artificio muchas veces. El año pasado lo propagaron en los premios Óscar Selma (2014), Francotirador (American Sniper, 2014), El código enigma (The Imitation Game, 2014), La teoría de todo (The Theory of Everything, 2014), Birdman [Birdman or (The Unexpected Virtue of Ignorance), 2014] y Whiplash (Whiplash, 2014). En años anteriores lo hemos visto centenas de veces. Ante las desilusiones de la realidad, el cine escapista nos brinda superhombres que cumplen nuestros sueños. La chica danesa se inscribe —¿o se esconde?— en esta tradición con su retrato de Lili Elbe. Incluso el trabajo de los actores, Eddie Redmayne y Alicia Vikander, se limita a la simpleza, primero, del carisma, y luego del sufrimiento. El hecho de que haya un arco que los lleva de un sentimiento a otro no quiere decir que sus gestos sean más que una caricatura o un retrato épico. Redmayne, limitado por el guión, nos muestra a Lili sonriendo de manera femenina, o llorando, también de manera femenina, una y otra vez. Quizá los instantes de genio, suyo y de Hooper, se limitan a las escenas en que Einar observa a las mujeres con admiración y las imita con torpeza. Más adelante, Einar se hace más femenino que la mujer más mujer. Vikander primero es muy simpática, como la amiga excéntrica que todos tenemos, y luego llora. No es culpa de ellos, sino, como ya lo mencioné antes, del guión.

¿Vale la pena ver La chica danesa? Eso depende de cada espectador. Pero estoy seguro de que no trascenderá como quizá lo haga Laurence Anyways, a pesar de sus fracasos. Ni siquiera los  premios Óscar lo piensan. Ni Hooper ni la película han sido nominados para sus respectivos galardones. Creo que las cuatro nominaciones que tiene La chica danesa, a Mejor Actor, Mejor Actriz, Mejor Vestuario y Mejor Diseño de Producción son justas. Pero pienso que si queremos ver un brillante filme sobre la libertad sexual tendremos que recurrir a Todd Haynes—, a Gus Van Sant, a Xavier Dolan —a veces— o a Alain Guiraudie. Hooper, por el contrario, es un idealista obsesionado por los héroes.

 

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