El escándalo Odebrecht es el caso más grande y complejo de corrupción en América Latina. No se trata de un simple soborno o de un mero contrato amañado. Reúne muchos de los elementos que han vuelto difícil el combate a la corrupción en todo el mundo. Es una operación transnacional que involucra a empresas de alcance global, afecta a presidentes, ministros y legisladores de varios países de la región. Además, presuntamente derivó en contratos millonarios otorgados en forma indebida, recursos ilícitos para financiar campañas electorales y sofisticadas estrategias para ocultar las operaciones en paraísos fiscales. En algunos países esto ha detonado investigaciones, juicios y sentencias que incluso han llevado a expresidentes a prisión. Es una tormenta perfecta en materia de corrupción.

México empezará a navegar en esa tormenta perfecta en un barco en construcción. El barco, que en los últimos años hemos diseñado y empezado a construir, es el Sistema Nacional Anticorrupción y el resto de las instituciones y procesos para monitorear el desempeño de las empresas productivas del Estado, vigilar los contratos, fiscalizar los recursos en las campañas, realizar investigaciones y, si es el caso, sancionar. El barco tendrá que navegar la tormenta con piezas aún faltantes (la operación plena del Sistema Nacional Anticorrupción, la fiscalía anticorrupción) y pondrá a prueba algunos de sus elementos clave: la autonomía de las investigaciones, la transparencia de los procesos, la eficacia de las nuevas normas. Y las primeras señales no son muy alentadoras sobre la posibilidad de que el barco navegue con tranquilidad. Algunas decisiones ya revelan cierta resistencia a transparentar la información del caso y es preocupante que los procesos sean lentos y se activen solo en reacción a información que viene de escándalos externos y no por investigaciones propias.

Se podrá decir, con razón, que es injusto medir con este caso la eficacia del sistema anticorrupción. Pero lo cierto es que la forma en que se procese y resuelva este expediente definirá las expectativas de los actores políticos y de la ciudadanía en el futuro.

Y por eso es importante tener claro que no solo estará a prueba la eficacia de las instituciones sino el compromiso de la tripulación. El barco (incluso con piezas faltantes) puede llegar a buen puerto si los actores políticos dan señales inequívocas de su compromiso con la ruta de navegación: si no se escatiman recursos para las investigaciones, si recurren a mañas para retrasar u obstaculizar los procesos y si no deslegitiman a los ciudadanos y los funcionarios encargados de llevarlas a cabo.

La solidez del SNA estará a prueba. Es un reto, pero es también oportunidad para que el resto de los actores políticos comprendan la importancia de este arreglo institucional y tomen las decisiones para terminar de construirlo y fortalecerlo. Todos vamos en el barco. A todos nos conviene que no se hunda.

Profesor investigador del CIDE @GmoCejudo

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