“Ocurrió mientras cursaba el cuarto año de primaria, lo último que pude mirar fue mi escuela; al principio, la desesperación me invadió, pero jamás me paralizó”, platica Joana Méndez Ovalle, de 16 años, quien se convirtió en una defensora de las escuelas inclusivas.

Joana está convencida de que la inclusión de las personas con discapacidad en las escuelas públicas tiene especial importancia. Comenta que, principalmente, las instituciones de educación superior tienen la responsabilidad social de facilitar la incorporación de estas minorías al ámbito profesional, ya que no poseen otras alternativas de formación.

Platica que con apoyo de familiares, amigos, maestros, a la par de sortear algunos obstáculos, terminó la primaria en una escuela pública ordinaria, y hace meses también logró graduarse del nivel secundaria.

Tiene 16 años, pero su rostro guarda la ternura de una niña que se llena de entusiasmo cuando habla de sus planes para seguir estudiando. “Busco ingresar a la preparatoria pública, porque deseo estudiar educación especial para apoyar a niños y personas que tengan alguna discapacidad”.

Mientras llega ese día de incursionar en sus estudios de nivel media superior y superior, Joana no desaprovecha el tiempo y desarrolla sus otros sentidos.

Acude a clases de canto sin dejar de utilizar sus nuevos ojos [el sentido del tacto] y una gran dosis de imaginación al elaborar macramé.

Disfruta tejer coloridas bufandas, maceteros, bolsas, cinturones y otros accesorios que pronto presentará en una exposición a la que fue invitada por las autoridades municipales de Zacatecas.

Infancia difícil. Joana tenía tres semanas de nacida, cuando sus padres María   Nicolasa Ovalle y Jaime Méndez se percataron de que algo pasaba con su hija, “la vista se le iba constantemente hacia arriba”. A pesar de realizarle varios estudios, no tienen preciso a qué se debió ese mal congénito.

Jaime piensa que de bebé se le practicó una cirugía y que eso ayudó a que pudiera ver con un ojo durante varios años. Al consultar opciones, algunos doctores le manifestaron el riesgo de que perdiera por completo la vista, por ello, sólo se le colocaron prótesis oculares para que no se le cerraran los ojos.

Nico menciona que ella siempre estuvo pendiente de su hija y “afortunadamente en el kínder la apoyaron las maestras para integrar a las actividades cotidianas a Joana”.

En su afán de hacer algo para impedir que perdiera la vista, Nico gestionó apoyo y tocó puertas para llevar a su hija a Cuba para ser operada, pero lamentablemente no fue candidata para cirugía.

Cuando estuvo en edad de estudiar la primaria, sus maestros, quienes tenían conocimiento de la debilidad visual de Joana, le practicaban los exámenes de forma oral.

El 17 de mayo de 2011, cuando Joana tenía 10 años, perdió totalmente la vista. “Primero dejé de ver la cuadrícula de mis libretas, luego comencé a ver borroso hasta que vi varios colores como amarillo y luego gris”, recuerda la adolescente y añade que alcanzó a llegar con algo de visión a su vivienda.

“Fueron momentos de desesperación, pero de alguna manera en mi interior temía que un día eso ocurriría”, dice Joana.

Al día siguiente fue un nuevo comienzo para Joana, ya que ahora debía valerse de un bastón, el cual se rehusaba a utilizar, “porque me daba pena”. Sin embargo, admite que fue apoyada por sus compañeros y por una maestra de educación física que la ayudó a saltar la cuerda y la motivaba para que no se sintiera distinta, sino como una niña muy especial que podía hacer todo.

Ella aprendió a escribir y leer en lenguaje braille y acudía a clases en la biblioteca Roberto Cabral del Hoyo.

La lucha por la inclusión. Al terminar la primaria tuvo que perder un año, debido a que no la aceptaban en las escuelas, pero sus padres tocaron puertas y finalmente fue aceptada en la Telesecundaria Francisco González Bocanegra, ubicada en la colonia Lázaro Cárdenas.

Joana relata que en el primer grado no tuvo tanto problema para ser aceptaran, pero en segundo sí tuvo que levantar la voz para defender a otro de sus compañeros, ya que había un alumno que tenía una discapacidad de lenguaje y lo maltrataban.

Agrega: “A mí me daba mucho coraje qué él no se defendiera y dejara que le dijeran cosas discriminatorias y muy ofensivas. Así que no aguantaba y  me peleaba con los agresores. Debían entender que somos personas con alguna discapacidad, no por gusto, sino por circunstancias ajenas y debemos ser aceptados como cualquier otra persona normal”.

Sin embargo, también tiene presente lo positivo, incluso, guarda videos de sus participaciones en los parlamentos, donde expone la importancia de las escuelas inclusivas, al resaltar que en su centro educativo había 169 alumnos, de los cuales 15% registraban alguna discapacidad: visual, auditiva, intelectual, autismo o alguna otra barrera para el aprendizaje, pero que pese a todo salían adelante en sus estudios.

Cada vez que Joana emite mensajes sobre su situación, deja claro que ella no es una mujer diferente, sino una persona y una adolescente normal que hoy en día desea seguir estudiando.

En cuanto al rol de mujer, con una sonrisa admite que a veces juega con su futuro, ya que a veces simplemente no tiene deseos de casarse ni de ser mamá, pero en otras ocasiones sí lo anhela. Eso el tiempo lo dirá.

Joana vive orgullosa de sí misma y pide a todas las mujeres que “si les llega alguna discapacidad, no se den por vencidos, al contrario, se trata de una nueva oportunidad de salir adelante y utilizar los demás sentidos. Lo importante es tener vida”.

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