Última llamada

El carácter intrínseco y cambiante de la moda no sólo se aplica a las tendencias, modos y costumbres. En los últimos diez años en los que he sido testigo del acontecer en este rubro, he presenciado cómo —de manera vertiginosa— la moda ha estado evolucionando. A mi juicio, mucho de esto tiene que ver con la explosión desmedida de este tema en las redes sociales. Tomemos como ejemplo los fashion weeks alrededor del mundo: en un inicio era un privilegio asistir  a las presentaciones de las colecciones en eventos a puerta cerrada, pero hoy es un circo mediático en el que  todos anhelan participar, y en el que celebrities, hombres de negocios, actores de telenovelas, bloggers y las populares it girls por igual hacen uso de su presencia para logar un beneficio mediático, muy lejos de interesarse en la moda. La manera inmediata en que la gente sube a sus redes imágenes en directo de esa experiencia ha creado una especie de sed por todo lo que signifique moda. Genera interés y expectativas nunca antes vistas, y a la vez provoca que el  consumidor ya no tenga paciencia de esperar entre los desfiles y la llegada de las prendas a los anaqueles de las tiendas seis meses después.

Lo que antes sólo se limitaba a dos temporadas ha desencadenado que cada vez se dé una mayor importancia a temporadas diferentes a Primavera/Verano y Otoño/Invierno. Y si a esto le agregamos a que todas deben ser exitosas y vendibles, el aparato productor de la industria de moda se vuelve insaciable. Todo esto da como resultado una gran presión para todos los involucrados en la producción, en especial a sus directores artísticos. No en balde hemos visto cómo en los últimos años personajes como John Galliano, Christophe Decarnin, Alber Elbaz, Marc Jacobs y  Raf Simons no han podido resistir la presión y han dejado sus privilegiados puestos en marcas  como Christian Dior, Balmain, Lanvin y Louis Vuitton, se enfocan en sus propias marcas o toman la decisión de retirarse a una vida más tranquila. “Usar y desechar” es el mote del fast fashion.  Irónicamente, parece que se está aplicando también a los diseñadores.  Las marcas se han convertido ahora en máquinas de hacer dinero, lo que se aleja mucho de su propósito inicial: ofrecer productos de calidad a una élite determinada. Por otro lado, se fortaleció el mercado fast fashion, el cual  se dedica a reproducir sin piedad las colecciones de las grandes casas de moda a tal velocidad que acaban beneficiándose antes que los diseñadores que las concibieron. Esto ha dado como resultado que líneas como Burberry, Tom Ford y Balenciaga hayan tomado la decisión de presentar las pasarelas de sus colecciones muy cercanas a los tiempos de entrega a las tiendas.

Este sistema ya tiene un nuevo nombre:  “Velo ahora, cómpralo ahora” (See Now-Buy Now).  En contraparte, compañías como Prada, Gucci y Hermès están apegándose a los largos periodos de producción para lograr la máxima calidad,  elevando sus precios para volverlas marcas de lujo en todo el sentido de la palabra, con un acceso muy limitado. Jean Paul Gaultier ha cerrado su negocio de prêt-à-porter, lo mismo que Víctor & Rolf. Ambos decidieron concentrarse en sus líneas de Alta Costura y en el aún redituable negocio de perfumería.  Así como existe el concepto slow food también estamos ahora presenciando el fenómeno slow fashion. En su búsqueda por renovarse,  las compañías están acudiendo a nuevas mentes creativas, seleccionándolas de un vasto panorama de opciones en búsqueda del anhelado refresh de la marca. El caso más sonado del momento es el de Alessandro Michele, quien —de estar relegado en el equipo de Frida Giannini—, ha saltado a ser el director creativo de dicha marca y no sólo logró un cambio radical en el estilo de las colecciones de Gucci, sino un éxito comercial nunca antes visto en Italia. Michele consiguió una gran influencia en el estilo italiano actual: más irreverente y poco tradicional. Este fenómeno se ha replicado en marcas como Yves Saint Laurent bajo la dirección de Hedi Slimane y, tras su renuncia, el belga Anthony Vaccarello; DKNY con el fichaje Dao-Yi Chow y Maxwell Osborne, creadores de la exitosa firma Public School; y el de Demma Gavasalia, una gran apuesta por parte de Balenciaga. Lo que es claro es que la realidad actual es otra muy diferente a la que conocíamos.

Estos diez años al frente de Mondo Fashion no han sido en balde, pues he tenido la oportunidad de ser testigo de estos cambios y —sobre todo— de poder compartirlo con ustedes, mis apreciados lectores. En ésta, mi despedida de mi columna para este diario, no me queda más que agradecer la oportunidad que me dio la vida para compartir mis vivencias y mi pasión por lo que hago.  A mis compañeros Celia Marín, Héctor Fule, Bernardo Hernández y Diana Penagos les agradezco el apoyo que en su momento me brindaron. ¡Gracias a todos!

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