Quien haya podido ver algunas de las partituras de Mario Lavista no habrá dejado de notar que la mayoría de ellas tienen un epígrafe y que la mayoría de esos epígrafes son poemas. Esta relación abre un abismo en el que no puede decidirse si la música es eco de la palabra o si la palabra ejerce una determinación sobre el discurso musical.

En el Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) se escucharon tres casos de esa relación entre música verbal y música a secas. Como dijo otro poeta, Alberto Girri: en la letra, ambigua selva. Por un lado Cuicani, pieza de 1985 para flauta y clarinete que tocaron Patricia Da Dalt y Federico Landaburu; después Salmo (2009), a cargo de la soprano Lourdes Ambriz y el contrabajista Carlos Vega; y, por último, Maithuna, para sopranos y percusión, un estreno mundial derivado de un encargo al maestro mexicano del propio CETC. Las tres, cada una a su modo, se cruzan con la literatura.

En Cuicani, el punto de partida es un poema de la cultura tolteca en el que se lee: "El cantor, el que alza la voz/ De sonido claro y bueno/ Da de sí sonido bajo y tiple". Según Lavista, "los sonidos bajo y tiple del texto tolteca son «representados» por el clarinete y la flauta. En ocasiones aparecen verdaderos corales debido al empleo de multifónicos. Hay también una presencia importante de los microtonos. Es claro que el cantor en el poema es el músico que habla desde el fondo de su corazón y puede, por ello, llegar al corazón del oyente".

El texto de Salmo viene del salmo 150 y está en latín. "Es una elegía -cuenta Lavista-, un lamento a la memoria de Ramón Montes de Oca, fino pianista y compositor mexicano, muerto a los 52 años. Fue un amigo muy cercano a mí y a mi familia. Mi obra continúa una antigua tradición musical que contempla la composición de Lamentos o Déplorations".

Pero el verdadero foco del concierto fue el estreno de Maithuna. El desafío para Lavista debe haber sido aquí sin duda más complejo. En primer lugar porque el poema del que parte es de (y no es tarea sencilla donarles una música a las palabras de Paz o encontrar su música latente), pero también porque esa palabra que nombra el poema ("Maithuna") alude en la India a un ritual erótico-religioso. Lavista planeó una estrategia. "No musicalicé el poema palabra por palabra. Elegí palabras aisladas que son cantadas por las cantantes creando una diferente narración, pero de orden estrictamente musical." Un ejemplo: la primera breve parte del poema dice "Mis ojos te descubren/ desnuda/ y te cubren/ con una lluvia cálida/ de miradas". La música de Lavista aísla "ojos", "cubren", "cálida", "mirada". "Más la palabra Maithuna, que nunca aparece en el poema -agrega el maestro-. Pero evito a toda costa cualquier referencia a la música india, sea el ritmo o la melodía, y a cualquier cosa que remita a una suerte de anecdotario hindú."

Después de todo, el poema puede resignarse a la anécdota, aunque no la precise. La música no tiene permitido ese privilegio.

nrv

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