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Diego Fernández de León fue el único impresor del siglo XVII y de todo México que usó su marca tipográfica —logotipo— en la portada de los libros que elaboró; fue él quien mandó la primera imprenta a Oaxaca y de su material se desprendió la imprenta en Guatemala; se trata de un gran artífice de la historia de la imprenta de Puebla, un relato que ha comenzado a ser contado.

Pero Fernández de León no es el único que protagoniza la historia del libro poblano, también está Manuela de la Ascensión Cerezo, quien de 1714 a 1768 trabajó y fue una impresora que cuidó mucho su patrimonio, incluso mandó a uno de sus hijos a establecer una imprenta en la ciudad de México.

O el propio Pedro de la Rosa, yerno de Manuela, que empezó a trabajar en 1770 y mantuvo su imprenta hasta finales del siglo XVIII, fue un impresor que diversificó sus negocios y alcanzó tales privilegios que se hizo con los libros de texto de esa época: las cartillas y catecismos, con lo que Puebla se convirtió en exportador de libros para la Ciudad de México.

Estos impresores que aportaron enormemente al patrimonio bibliográfico de México son sólo tres de los 17 que Marina Garone Gravier estudió en su libro Historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla de Los Ángeles (1642-1821). La de Puebla es la segunda imprenta en territorio mexicano, y la tercera imprenta de América, sólo después de la instalada por Juan Pablos en la Nueva España, y la creada en Lima, Perú.

Entre estos impresores se revisaron sus libros, buena parte resguardados por la Biblioteca Nacional de México, para tener las características formales, materiales y visuales de lo producido en sus épocas por imprentas poblanas.

Garone identifica las particularidades tipográficas de cada taller, conforma un compendio visual de los tipos de imprenta utilizados por los impresos novohispanos de esa ciudad, así como la evolución que tuvieron durante ese periodo las capitulares, la letrería, los grabados y los ornamentos.

La importancia de la imprenta de Puebla es tal que incluso la ciudad de México era consumidora del libro poblano, asegura la investigadora del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y coordinadora de la Hemeroteca Nacional de México.

De ahí su interés de contar la historia y estudiar la tipografía utilizada por la imprenta en Puebla a través de una muestra de cerca de 250 libros que forman parte del acervo de la Biblioteca Nacional de México, que representan 10% de los 2 mil 500 títulos que, según han documentado, salieron de las imprentas poblanas entre 1642, año de la instalación, hasta 1821, cuando termina el periodo colonial en México.

“La imprenta poblana fue lo suficientemente fuerte para no sucumbir ni estar eclipsada por la imprenta mexicana, y por otro lado, se fue generando una especie de distribución horizontal, de distribución de clientelas que permitió que coexistieran las dos imprentas, en una distancia no muy lejana. Además, las imprentas eran de tal calidad que hay impresos de autores tapatíos que se producen en Puebla en lugar de la ciudad de México, o de la zona de los tarahumaras que se producen en Puebla”, señala Garone.

También asegura que Puebla tuvo sus correas de transmisión, sus aprovisionamientos, remesas y caminos propios para el surtido de materiales y en ninguna medida de calidad menor con respecto a la ciudad de México.

“En el caso, por ejemplo, de Diego Fernández de León, inclusive en el periodo de la tipografía borbónica, en 1770, prácticamente están al mismo tiempo las dos imprentas, incluso Puebla está un poco antes a la moda; en el caso de Puebla no se puede pensar que era una imprentilla de provincia que trabajaba con lo secundario de la imprenta de la ciudad de México, como sí fue la de Juan Pablos, que lo mandaron al pobrecito con lo que le sobraba a Juan Cromberger”, apunta.

Sabor mexicano. Para trabajar la historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla, Garone hizo un recorrido en torno del libro poblano, revisó 243 títulos en la Biblioteca Nacional de México para hablar de estéticas, tendencias, estilos y arte.

“Hay algo en mis trabajos que me interesa demostrar: qué hay de México en el libro mexicano del periodo colonial, dónde está el acento, si está en la sintaxis de sus elementos de diseño, en la corrección de los textos, desde cuándo hay corrección de estilo y cómo se corregían los textos en la Nueva España. Desde ahí podemos ver esa mexicanidad en el libro porque normalmente, cuando estudiamos el libro antiguo se ve a través de los ojos de bibliografía ibérica y nosotros somos una colonia más; mi forma de pensarlo, sin desdecir los hechos de la historia, es que esto se hizo en México por mexicanos para mexicanos, entonces veamos qué hay atrás de esto”, indica.

La también autora de La tipografía en México. Ensayos históricos (siglo XVI al XIX dice que aunque aún no se ha hecho un trabajo comparativo entre la imprenta de México y la de Puebla, lo que ella puede ver tras sus estudios en ambas ciudades es que el libro poblano es más adornado y más ornamentado que el mexicano.

“Tenemos algunos indicios para algunos periodos que nos permite decir que sí; pero a mí me interesa mostrarlo con evidencia, no lo que creo, sino qué dicen los libros a partir de un registro pormenorizado y que sea evidente para el historiador del arte, el historiador de la cultura y para otros estudiosos, porque el libro está vinculado con la orfebrería, la talavera, la arquitectura y con muchos otros elementos, hay una circulación de imágenes y resoluciones plásticas para mostrar una sabor locales”, afirma la investigadora.

Garone reconoce que si bien Puebla no tuvo universidad, sí tuvo una pléyade de seminarios y colegios, por lo que esa parte educada con inquietud intelectual de los habitantes de Puebla es el motor de la producción de esos textos, no sólo religiosos, que era la que más se producía, pero había también libros de astronomía, gastronomía, en lenguas indígenas, que además de catequéticos, también eran de filología.

“Hay una variedad de textos que se producen en las prensas poblanas producto de la efervescencia local, pero también para la exportación, porque esos textos no se leyeron sólo en Puebla, siempre también fueron pensados para ser leídos por la administración española. Podríamos decir que el libro poblano es un termómetro del auge cultural que hubo en la ciudad, y que coincide con la arquitectura, con la comida y con todo el arte que se produjo en Puebla. Son un conjunto de factores los que permiten o no el establecimiento de imprentas en las ciudades”, señala la estudiosa del libro antiguo.

Grandes impresores poblanos. Entre las 17 casas impresoras estudiadas por Garone están, desde luego, Diego Fernández de León, Manuela de la Ascensión Cerezo, Pedro de la Rosa, Inés Vázquez Infante, la Imprenta Liberal de Moreno Hermanos, la del Gobierno Imperial, la Liberal, la de Troncoso Hermanos, el Seminario Palafoxiano y el Oratorio de San Felipe Neri.

Algunos, dice, se distinguen de manera brutal de los demás impresores, como el caso de Diego Fernández de León, que se caracterizó porque cuidó su autoimagen como impresor y por la calidad excelsa de sus obras, pero también destaca a Manuela de la Ascensión Cerezo.

La Historia de la imprenta y la tipografía colonial en Puebla de Los Ángeles (1642-1821) incluye la transcripción de decenas de documentos inéditos, entre ellos hay expediciones de poderes especiales para instalaciones de imprentas, testamentos de los impresores, convenios de compraventa, actas de nacimiento y de defunción de impresores y tipógrafos, actas matrimoniales, dotes, compras de imprentas, escrituras de arrendamiento de locales, solicitudes de privilegios de impresión y préstamos para instalar imprentas y librerías, y un sinfín de documentos que servirán a los estudiosos para darle continuidad a la historia de la imprenta en Puebla.

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