“Uno es capaz de llorar a cántaros hasta en una miserable obra de teatro. Las lágrimas no prueban de ninguna manera la honestidad o el afecto”, solía decir el escritor japonés Junichiro Tanizaki, a quien se recuerda a medio siglo de su muerte, ocurrida el 30 de julio de 1965.

Entre las frases que acuñó, destaca también una que reza: “creo que el odio, al igual que el amor, brota de una fuente mucho más profunda que el interés práctico o la conciencia moral. Yo no sabía odiar de verdad hasta que descubrí el instinto sexual”, ese que plasmó en muchas de sus novelas que alcanzaron tintes eróticos no siempre consensuales.

Según los conocedores de su obra, ésta se caracterizó por el desarrollo de personajes “muy extraños y a menudo atormentados que luchan con el choque entre la occidentalización y los valores tradicionales japoneses”, como es su propio caso.

Tanizaki, uno de los autores más famosos de Japón durante el siglo pasado, y de los más leídos en el mundo, supo forjar un estilo de escritura experimental emparejado con un muy tradicional formato narrativo japonés.

Junichiro fue originario de Tokio, donde nació en 1886, en una familia de comerciantes. Se sabe que estudió en la Universidad de Tokio y que su primer publicación fue “El Tatuaje” (1910), con claras influencias de Edgar Allan Poe y Oscar Wilde.

Este periodo creativo, dicen, culminó con “El amor de un idiota” (1924-1925). Después vendrían relatos como “Hay quien prefiere las ortigas”, cuyo estilo, dicen, se acerca más al realismo, mientras que en “Relato de un ciego”, se inclina más por la tradición estética de su cultura natal.

Una de sus más importantes obras es el ensayo “Elogio de la sombra”, en el que hace un repaso de las principales nociones estéticas de su cultura.

El sitio especializado “El país de las palabras” recuerda que sobre esa misma línea escribió la novela “Las hermanas Makioka (1943-1948)”, que versa sobre la invasión de la vida moderna en los valores tradicionales.

Mientras que su obra posterior a la Segunda Guerra Mundial, “La nieve tenue” (1947), “La llave” (1956) o “Diario de un loco” (1961), es una vuelta al erotismo de sus comienzos.

Para la crítica especializada, su trabajo fue inquietante y convincente, escrito con brillantez, mostrando el oficio como narrador que lo convirtió en un autor querido, incluso si sus libros a menudo declaraban verdades difíciles y críticas de la cultura en que fueron escritos, dejando como legado, un análisis intrépido de los rápidos cambios que Japón sufrió en el siglo XX.

rqm

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