José A. Meade ganó el segundo debate de la elección presidencial celebrado este domingo y se perfila para realizar el esfuerzo necesario para concatenar acciones con candidatos locales, sumar esfuerzos con organizaciones sociales, multiplicar voluntades con militantes, comprometer votos de ciudadanos simpatizantes y ganar la elección. De su lado está la razón, pues es, sobradamente, el candidato que mejores propuestas ha planteado en la campaña en lo general y en el debate en lo particular. También suma, y mucho, su comportamiento personal: honrado como ninguno de sus adversarios y el más eficaz, como acredita su paso por el servicio público. Es, como lo dijo al sellar sus intervenciones, el mejor.

Esto está permeando la opinión de cada vez más mexicanos, quienes perciben lo evidente: que el más antiguo de los candidatos, todavía puntero en las encuestas, lleva 18 años diciendo lo mismo y, además, luce atrofiado, a grado tal que es evasivo o incapaz de responder a cualquier cuestionamiento con algo más que una cantaleta gastada y cada vez menos creíble acerca de la honestidad, que ya hasta provoca dudas acerca de su cabal salud. Y qué decir de sus inaceptables, inexplicables y hasta ilegales comportamientos como el hecho de emplear a sus hijos en el partido político de su propiedad, ignorando que las prerrogativas públicas son dinero de la gente; o las casi dos décadas que lleva haciendo campaña en radio y televisión, abusando de los espacios que los partidos políticos por los que pasó le concedieron, y él aprovechó hasta dejarlos política y financieramente exiguos; con lo que pretende explicar el modo austero en el que demagógicamente dice vivir, pues aunque afirma no tener ingresos, se da el lujo de pagar los costosos servicios médicos a domicilio, cada 15 días, de un especialista de Miami.

Y aunque debiera estar descalificado para participar en la elección, dadas sus evidentes faltas al orden legal, continúa campante, aliándose con antiguos personajes que salieron de sus anteriores partidos por problemas legales o políticos, o bien, se ha atrevido a integrar a su proyecto a gente que tiene pendientes con la justicia. Es, por donde se le vea, el candidato de la impunidad.

En medio de la pasión que la política desata, en esta elección son indispensables, como nunca, la sensatez y el sentido de responsabilidad.

El buen juicio en un proceso democrático, como en todo fenómeno social, requiere tiempo para emerger. Es necesaria una acción comunicativa eficaz para contribuir a la toma de conciencia de lo trascendente de la decisión; para ver más allá de la coyuntura comicial, revisar los yerros para corregirlos y perseverar en el esfuerzo tratándose de los aciertos.

Es mucho más que propaganda política; es un planteamiento general que debe abarcarlo todo e involucrar a la mayoría en el diseño y ejecución de las acciones por tomar, que ya está apareciendo en las charlas y en las redes sociales. No es, aunque parezca, una alarma causada por el temor, sino una alerta que llama a la sensatez y al sentido de responsabilidad de los mexicanos a quienes, bastaría con mostrarles claramente las hojas de vida de cada uno, para concluir, que el único de entre los candidatos, que es una persona de fiar es José Antonio Meade, la persona que México necesita.

@ CCQ_PRI

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