El presidente Barack Obama presentó la semana pasada el plan estadounidense para el cambio climático. Los resultados en la COP21 en París al final del año, nos darán una pista sobre si este país se sumará finalmente en forma comprometida al esfuerzo mundial en la materia.

El argumento más sólido del vecino país del norte, para adoptar una nueva posición ante dicha problemática, bajo la perspectiva del mayor costo implícito en las medidas de reducción de emisiones, son los propios estragos del cambio climático: la elevación del nivel de emisiones más rápido de lo pronosticado; las consecuencias del clima extremo como sequías, inundaciones, huracanes, enfermedades, etc.

El acuerdo mundial esperado es limitar que el calentamiento global supere dos grados, respecto a valores preindustriales. Así, el plan anunciado por Obama busca que Estados Unidos haga su parte para aminorar su contribución a este hecho.

Dicho plan, que es la versión definitiva del que adelantó hace un año la Agencia de Protección Medioambiental (EPA, por sus siglas en inglés) busca, principalmente, reducir para 2030 en 30% las emisiones de las centrales termoeléctricas respecto a los niveles del 2005, ya que son éstas la principal fuente de emisiones de dióxido de carbono en Estados Unidos. Asimismo, el plan incluye inversiones en el desarrollo de energías limpias.

Se pretende que cada estado de la Unión Americana tendrá un objetivo de reducción de emisiones asignado y hará un plan que enviará a la EPA, determinando las acciones que tomará para cumplirlo.

Este plan que ha sido tildado como la “guerra al carbón”, ha sido muy criticado por disidentes y republicanos, que lo han calificado de “catastrófico” e “irresponsable”, por decir lo menos. Hillary Clinton se ha pronunciado en contra de estas opiniones, argumentando que los republicanos no “han mostrado a la fecha ningún plan creíble” y se comprometió a defenderlo de ser ganadora en las elecciones presidenciales.

Lo cierto es que las dos potencias mundiales, Estados Unidos y China, siendo los dos más grandes responsables de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEIs), no han tenido un compromiso en relación al esperado en los acuerdos mundiales sobre cambio climático.

Ahora, los dos países han presentado su plan y pareciera que transitan a una posición más de protagonistas, ejerciendo una influencia sobre nuevas normas de cumplimiento obligatorio.

Así, es de preverse que los reglamentos vinculados al medio ambiente, serán los nuevos filtros al comercio internacional, en un contexto de desgravación arancelaria, e incluso más impactante será la forma como el mundo producirá y consumirá, después de los acuerdos de la reunión de París.

En este sentido trastocará el transporte, la vivienda, y a una lista inagotable de industrias, especialmente a algunas como: las de alimentos y bebidas, textil y las extractivas, particularmente las energéticas. Esto último, en relación al uso del agua, la generación de basura y el manejo de desechos.

Para México esta discusión significará, sin duda, incrementar el porcentaje que reducirá sus emisiones, lo que significará una presión importante en costos para las empresas y la autoridad. Hasta ahora el compromiso es reducir 25% las emisiones gases de efecto invernadero y 51% el uso de carbón negro, para 2030.

Nuestro país, de hecho es muy sensible al cambio climático, teniendo 319 municipios identificados de alta vulnerabilidad a sequías e inundaciones. Tanto norte como sur experimentarán en corto plazo (2015-2030), las consecuencias de temperaturas superiores en promedio a dos grados centígrados en el primer caso, y una reducción de la precipitación pluvial de entre 10% y 20% en todo el territorio nacional, especialmente en el sur.

El presidente Obama está en lo correcto, al decir que “sólo hay un planeta y no hay plan B”. ¿Será ahora que su país si adoptará un compromiso serio al cambio climático?, el tiempo lo dirá…

*Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac, México Norte.

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