Aviso: este texto contiene spoilers.

I

En una escena clave de The Matrix (Wachowskis, 1999), Reagan (Joe Pantoliano) regresa a la Matrix (aquella realidad virtual creada por las máquinas para mantenernos esclavizados bajo la ilusión de estar viviendo una vida real) para hacer un trato con las esclavizantes computadoras: ellas lo reconectarán permanentemente a aquel mundo virtual y él a cambio traicionará a la rebelión, entregando a su líder máximo, Morpheus (Laurence Fishburne).

El trato sucede en un fino restaurante. Al momento, Reagan degusta lentamente un estupendo bistec y dice: “Sé que este jugoso pedazo de carne no existe, pero la Matrix le dice a mi cerebro que si y que es delicioso”. La lógica del traidor es irrefutable: en el mundo real solo hay caos y pobreza, la mejor comida que se puede conseguir es una especie de engrudo insípido aunque supuestamente nutritivo. Es el desierto de lo real. En cambio un jugoso bistec junto con un buen vino sólo se pueden conseguir en The Matrix. ¿En cuál de los dos lugares un ser humano racional preferiría vivir?

II

En el cine de 1999, la posibilidad de vivir engañados por una realidad hecha por computadora era objeto de horror y detonante de una rebelión contra las máquinas. Diecinueve años después, la posibilidad de vivir inmerso en un mundo virtual de fantasía, donde podamos escapar de la horrenda realidad para habitar un mundo creado por nuestras propias obsesiones fantásticas no es algo aterrador sino deseable.

En Ready Player One (Spielberg, 2018), el OASIS es el nuevo Matrix, el lugar al que todo el planeta escapa y prefiere a cambio de una realidad monótona, en pobreza, y sin oportunidades. En el OASIS, según nos platica el joven Wade Watts (Tye Sheridan), uno va por las experiencias, pero se queda por la posibilidad liberadora de ser quien uno quiera: un personaje de videojuego, un héroe de acción, una caricatura animada, un superhéroe de cómic. Ustedes deciden. Si en la Matrix, Morpheus y sus secuaces elegían vestir cuál personajes cyberpunk con leather, lentes oscuros y gabardina, en el OASIS sus habitantes son avatares vivientes donde, con la cantidad adecuada de monedas, uno puede hacerse de vehículos tan míticos como el DeLorean, así como robots tan fantásticos como El Gigante de Hierro (Bird, 1999). Si lo imaginas, lo tienes.

Reagan triunfó. Si la realidad apesta, ¿por qué no huir hacia la realidad virtual? Neo (Keanu Reeves), el “elegido”, no es sino un necio que -como bien se lo dijo Mouse (Matt Doran)- niega sus impulsos y al hacerlo “negaba aquello mismo que lo hace ser humano”. Los habitantes del OASIS están entregados a sus impulsos, al placer y a la aventura. Reagan siempre preferirá el bistec, así sea una ilusión de unos y ceros. La virtualidad los hace más humanos

III

En la superficie, Ready Player One es la adaptación fílmica de la novela homónima escrita por Ernest Cline, quien además es co-guionista de la película. En esa primera capa, Spielberg cumple con la premisa básica de la novela: hacer un sentido e intenso homenaje a la cultura geek/pop, principalmente de la década de los 80’s.

La película, como el libro, es un alud de referencias a videojuegos, juguetes, música y cine. Es el oasis de lo nerd. Spielberg asume el reto no sin antes eliminar del mapa prácticamente todas las referencias a su propia obra. Para el director esto no puede ser un acto onanista de auto celebración aunque, al fin y al cabo autor, entrega en forma de secuencias inolvidables el dulce que todos están buscando: una fantástica carrera que emula un videojuego, una memorable escena de baile, o la multitudinaria batalla final.

En Ready Player One, el vértigo propio de los juegos de video se somete a la disciplina visual de un cineasta brillante, un maestro ilusionista en el arte de generar emociones a base de encuadres y cortes de cámara. La experiencia es abrumadora y alucinante. En el mundo de Spielberg, el arte y el gozo no son polos opuestos, no tienen porqué serlo. Ready Player One es gozo, por donde quiera que se le vea.

Pero aquella es apenas la primera capa. Así como HUGO de Martin Scorsese era un cuento infantil cuyo contrabando consistía en un homenaje al cine y a su preservación, Ready Player One es el muy particular homenaje de Steven Spielberg al cine mismo, disfrazado de compendio nerd. Luego de cumplir las exigencias del público, el autor forzosamente cumple con sus propias obsesiones: referencias a clásicos como King Kong (Cooper, 1933), It's a Wonderful Life (Capra,1946), Citizen Kane (Welles, 1941) y por supuesto, al cine de Stanley Kubrick.

“Podría haber usado cualquier cinta ochentera, pero no encontré una película tan grande e intelectualmente visceral como The Shining”. La emoción se eleva a nivel de paroxismo cuando Spielberg nos lleva de regreso al Overlook, con exactitud de encuadre, música y tonos. Una osadía que no es sino un abrazo a su viejo amigo, pero también una celebración al cine, a todo el cine, el cine popular y también a la alta cultura, un festejo a sus autores, aquellos  ilusionistas, contrabandistas e iconoclastas del cine.

Por eso, Ready Player One remite a tantas cosas. Es  el Inception de Spielberg (aquella secuencia de la camioneta), es su HUGO (el festejo al cine contrabandeado en medio de un videojuego), es su Matrix (la realidad virtual como escape y prisión), es su  Willy Wonka (el hombre fantástico que pone a concurso su fortuna y su obra), su Mago de Oz, con el demiurgo en forma de un melancólico nerd que, llegado el momento, renegará del escapismo que él mismo creó. Por que eso es fundamentalmente Ready Player One: una genial paradoja.

IV

Steven Spielberg ha sido señalado (injustamente en cuanto a mí concierne) de bajar la edad y los estándares del espectador de cine promedio, de hacer cine popular y rentable a expensas de la sustancia, de ser el arquitecto del blockbuster, de hacer un cine primordialmente escapista que evita a toda costa perturbar al espectador y cuyo valor nutricional no dista mucho de un pastelito envuelto en celofán.

Ready Player One es también una respuesta a esas críticas.

Cuando al final de la cinta, Wade Watts conoce al creador del OASIS, James Halliday (Mark Rylance), este le recuerda que a pesar de todo, a pesar del VR y el juego que ayudó a crear, la realidad sigue siendo mejor que la fantasía virtual. “Es el único lugar donde se consigue una comida decente”. He aquí la gran paradoja. Para Reagan, el bistec sólo existe en la Matrix, para Halliday/Spielberg sólo existe en la realidad.

Y en ello hay también un engaño. Spielberg, como Halliday, pareciera despedirse con esta cinta del cine escapista para darle carta libre al cine serio. Pero Spielberg, como Reagan en Matrix, saben bien que incluso anclados en la realidad, el cine sigue siendo gozo, escape, ilusión y contrabando.

El bistec sigue siendo más jugoso en esa realidad virtual llamada cine.

-O-

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