O al menos, eso parece.

Parece que si no te subes al tren la dieta, el ejercicio, los super foods y el agua alcalina jamás, pero jamás, alcanzarás la plenitud.

Parece que si no eliminas de tu alimentación azúcar, gluten, huevo, lácteos, conservadores, colorantes, comida procesada, agua normal, alimentos ácidos y proteínas de origen animal jamás, pero jamás, serás feliz.

Perece que si no comes alimentos cocinados a la plancha, sazonados con sal del Himalaya y pimienta cayena acompañados de verduras al vapor crocantes (no demasiado cocinadas) y de origen orgánico jamás, pero jamás, estarás bien nutrido.

Parece que si no amaneces con el tiempo suficiente para licuar ensaladas y convertirlas en jugos verdes con kale, jengibre, cúrcuma, espirulina, maca, miel de agave, agua de coco, chía y cualquier cantidad de famosos súper alimentos jamás, pero jamás, tendrás la piel brillante y el cabello bonito.

Parece que si no te desintoxicas con carbón activado, ayunos intermitentes y mucha fibra tu cuerpo pagará los estragos del mundo contaminado en el que vivimos y jamás, pero jamás, verás a tus nietos porque morirás joven y enfermo.

Parece, entonces, que tu vida feliz depende de cómo comes. Y ¿qué crees? Que no. No, tu vida feliz no depende de qué comes o cuánto puedes someterte al terrorismo nutricional al que todos estamos expuestos. Tu vida feliz depende de ti y va de dentro hacia afuera (no al revés).

Esto se los escribo porque todos los días recibo en consulta pacientes aterrorizados de sentir que están indefendiblemente expuestos a todo lo malo que hay en el mundo y no hay cómo protegerse o proteger a su familia. Claro, nadie quiere darle a sus hijos algo que les haga daño ni quiere ver enfermos a sus papás, hermanos, amigos o pareja. Pero la cosa no es así, al menos no desde mi enfoque de la nutrición y la salud física y emocional.

Con todos los años que llevo trabajando en esto he alcanzado a entender qué es lo que me mueve a hacer lo que hago y qué intento comunicar a ustedes: la necesidad imperante de dejar de hacer dieta. La necesidad de dejar de tener miedo a vivir, a comer, a estar.

Si bien siempre he dicho y diré que hay que cuidarnos y, al parecer, comiendo bien, haciendo ejercicio, descansando, bebiendo agua y manejando adecuadamente el estrés podremos lograrlo. Jamás me escucharán invitarlos a que se suban a la vida obsesiva, compulsiva, aterradora de las modas nutricionales. De mi no escucharán el “no comas eso”, “eso te va a matar”, “aléjate para siempre de tal o cual alimento”.

He decidido migrar mental y profesionalmente a una zona de no-dieta. Eso no quiere decir que a partir de hoy podrás comer sin control o que cuando vengas a consulta te diré “come lo que quieras y relájate”. No. Mi propuesta está orientada a que te relajes frente a tu manera de comer, a que establezcas una relación saludable con los alimentos, a que dejes de juzgarte por cómo te ves (o cómo crees que te ves, porque a veces no es igual)… a que dejes de pensar que sin dieta no hay paraíso.

Porque si lo hay y está dentro de ti y podrás verlo cuando te reconcilies con todo esto que eres tu.

Sin dieta no hay paraíso
Sin dieta no hay paraíso
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