Para nadie es un secreto que el mundo está inmerso en un cambio de paradigmas. El destino final será determinado –en buena medida– por lo que decida el electorado de una veintena de países que el próximo será llamado a las urnas. Los comicios 2026 serán trascendentes porque se desarrollarán en contextos de desgaste institucional, polarización política y presiones económicas persistentes. En varias regiones, votar será menos una celebración y más un examen de resistencia democrática.
Es el caso de América Latina, que enfrenta problemas de inseguridad y estancamiento económico (2.3% de crecimiento estimado por CEPAL). Además, ha habido abiertas intromisiones extranjeras en procesos domésticos.
Dos íconos de la izquierda latinoamericana serán evaluados en las urnas. El presidente Lula aparece bien posicionado, pero su desgaste difícilmente le permitiría ganar en primera vuelta. En el caso de Colombia, el oficialismo ya se decidió por la candidatura de Iván Cepeda en una elección primaria concurrida. Hay que estar pendientes de la carta con que juegue el uribismo, que mantiene todavía mucha fuerza.
Perú representa quizá el caso más frágil de la región. La 2026 aparece como un intento de cerrar un ciclo prolongado de inestabilidad, con un sistema de partidos fragmentado y una ciudadanía profundamente desconfiada.
Fuera de la región, ninguna elección tendrá un impacto global comparable al de Estados Unidos. El proceso intermedio de 2026 servirá para renovar toda la Cámara de Representantes, una parte sustancial del Senado y decenas de gubernaturas estatales. Está en juego la capacidad de la oposición para actuar como contrapeso real y, sobre todo, la aceptación de los resultados. En el 250 aniversario de la unión americana, ese sistema político enfrentará el más duro examen sobre los límites del poder y la fortaleza de las instituciones democráticas.
En Europa la elección húngara es relevante en dos sentidos. Por un lado, porque después de 15 años de Orban en el poder, este país ha tenido uno de los retrocesos democráticos más notables. Por el otro, por la posición pro-rusa que Hungría ha jugado en los acuerdos europeos. Una figura opositora encabeza las encuestas, lo que anticipa un resultado muy cerrado.
Un tema adicional es la posibilidad de que los países en guerra celebren elecciones. Mientras que el congreso ruso (Duma) será renovado en unos comicios sin competencia real, Zelensky ofreció convocar a elecciones en Ucrania si EUA y Europa garantizan la seguridad del electorado. En Israel la ciudadanía evaluará el rol de Netanyahu en el conflicto bélico, así como los escándalos de corrupción que han envuelto su administración.
Es recomendable seguir la votación en Bangladesh porque será el primer gran test democrático tras la caída del régimen autoritario. El contexto es inmejorable: una ciudadanía movilizada, un sistema político en recomposición y la apertura simultánea de la competencia electoral a actores que durante años estuvieron excluidos.
En África, las elecciones de Etiopía destacan por lo que revelan sobre el vaciamiento del pluralismo. El Primer Ministro que alcanzó el premio Nobel con el discurso democrático, poco tiempo después logró cooptar o neutralizar a la oposición. Además, hay regiones con rebeliones insurgentes constantes, por lo que se antoja improbable una elección que cubra todo el territorio.
Las elecciones de 2026 definirán la geopolítica, la calidad de la democracia y la capacidad de las instituciones para procesar el conflicto político. Seguirlas no es un ejercicio de curiosidad, sino un acto de responsabilidad cívica. En esas urnas se está definiendo el futuro del orden democrático global.
Analista de temas electorales

