El 2 de marzo de 2002 Paloma Escobar Ledesma, de 16 años, trabajadora de una maquila, salió de su casa a la que nunca regresó. Víctima de feminicidio, su cuerpo fue encontrado 27 días después en el kilómetro 4.5 de la carretera de Chihuahua a Ciudad Aldama. Desde aquel día inició la lucha de Norma Ledezma Ortega —su madre—, un ejemplo de resiliencia y activismo en defensa de la dignidad y los derechos humanos de las mujeres y niñas.

Hace algunos días, tuve un encuentro, vía remota, con la maestra Norma Ledezma, quien con toda disposición nos compartió cómo, tras localizar el cuerpo de su hija, se sintió renacer y con toda fiereza tomó decisiones que cambiarían su vida. Norma prometió a su hija que no descansaría hasta encontrar a quien le arrebató la vida y, sobreponiéndose a su dolor de madre, a partir de ese momento determina dedicar su vida a impulsar el acceso a la justicia en los casos de las mujeres desaparecidas o asesinadas.

En su peregrinar por lograr justicia para Paloma, llevó sus reclamos hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) la que, en 2010, determinó la responsabilidad del Estado mexicano, conviniendo un acuerdo para el cumplimiento de las recomendaciones emitidas, entre las que destaca completar la investigación con el objeto de esclarecer su asesinato y reparar plenamente a sus familiares por las violaciones a sus derechos humanos.

A casi 20 años de distancia Norma afirma: “no sé quién mató a mi hija, ni a todas las docenas de mujeres que desaparecían en aquel momento”; sin embargo, ella sigue en pie de lucha haciendo de la muerte de Paloma su estandarte para promover la implementación de diversas políticas públicas y, aún y cuando reconoce pasos firmes en pro de la defensa de las mujeres, reitera que falta recorrer un largo camino para erradicar la violencia en su contra. Con un dejo de nostalgia nos comenta que “me parece que mis ojos no lo van a ver”.

Entre los muchos temas que abordamos en una enriquecedora conversación, en la que Norma nos compartió la experiencia acumulada en estos años de activismo, nos habló de cómo la violencia contra la mujer, niñas, niños y adolescentes persiste y se multiplica y, si bien la cultura de la denuncia ha aumentado, falta información que sensibilice a las mujeres sobre las múltiples formas de violencia de las que pueden ser víctimas y la erradicación de patrones culturales que debemos deconstruir y que la siguen propiciando.

Un tema central que tocó fue la impunidad, como factor que incentiva o exacerba la violencia contra las mujeres. Ella es una convencida de atender los factores de fondo que propician la violencia familiar para evitar escaladas que lleguen a ocasionar feminicidios. También la continuidad y seguimiento de las denuncias de violencia familiar para evitar la acumulación de carpetas de investigación insolutas que postergan el acceso a la justicia y provocan el desánimo de la víctima, a la que pueden terminan asesinando.

Otro punto sumamente importante que tratamos fue la reparación a la víctima, sobre el que desarrolla su tesis de maestría. Aquí afirma que no puede hablarse de restitución, no es viable, debe tratarse de una reconstrucción y reencauzar las diversas medidas a través de las cuales se pretende esta reparación, “tomando de la mano a las víctimas”.

Norma entendió lo “insensible que puede ser el sistema” ante la complejidad de ser ´mujer’ en la sociedad y emprendió una lucha en la que la define “ser madre”, para que algún día tengamos un país en el que las mujeres vivamos libres de violencia.

El testimonio de Norma es una llamada estridente a la acción. No solo fueron las autoridades las que le fallaron, también lo fue la sociedad. No podemos normalizar la violencia de género, debemos sumarnos con sororidad a la lucha de esas madres que —como ella— buscan justicia para sus hijas y para todas las niñas y mujeres que sufren violencia en nuestro país.

Ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación

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