No hay compromisos más importantes para el 24 de diciembre. Los hombres se levantan de madrugada para ir a cortar ramas al cerro. En casa, las mujeres están listas para preparar las viandas que los familiares degustarán en la noche con motivo del nacimiento del Niño Jesús.

En vísperas de la Navidad, los hogares de Tepatepec viven un jolgorio. Los fríos penetrantes se sienten menos entre la calidez familiar. Los parientes de lejos, aquellos que buscaron oportunidades en ciudades, retornan a casa aunque sea por una noche. Las madres abren la puerta de su morada y ofrecen en su mesa lo mucho o poco que tienen. Al final, termina siendo un manjar.

Desde que tengo memoria, mis hermanas y hermanos participábamos en las tareas. Nosotras permanecíamos cerca del fogón limpiando ajos, haciendo buñuelos o colocando los coloridos faroles en la casa del tío Marcelino, quien siempre recibía a los integrantes de la familia Gálvez.

Luego de que los hombres llegaban de La Sierrita, las ramas se acomodaban en el patio de la casa, en forma de camino, rumbo a lo que nosotros conocemos como bóveda: una pequeña capilla que guarda un cristo antiguo de la familia Gálvez.

Conforme se iba acercando la noche, se percibía, además del olor de la leña, lo que estábamos por disfrutar: el pozole rojo, los tamales, el atole y el café de olla. De niña nunca entendí por qué, antes de cenar, teníamos que arrullar al Niño Dios durante dos largas horas sobre aquel camino de ramas. Pensaba que tardaba mucho en dormirse.

Mi parte predilecta de la celebración la recuerdo continuamente en estas fechas: convivir con mis papás y mis hermanos Ere, Maly, Héctor y Jaime y saborear el pozole con carne que mi mamá nos había servido en un plato de barro y sopeábamos con una cuchara de peltre. Era un privilegio.

Hoy las vísperas y la Navidad han cambiado. Mis papás ya no están y mis hermanos y yo pasamos las fiestas con nuestras nuevas familias. Ahora ya no visito la casa del tío Marcelino; me dirijo, el día de visita, a la cárcel donde está mi hermana Malinali desde julio de 2012.

A pesar de ser una fecha especial, solo tenemos permitidas unas horas para el encuentro. Comemos en una mesa de uno por uno. El alimento, que fue revisado minuciosamente en los filtros de seguridad, se comparte más tarde con aquellas mujeres que han sido abandonadas.

Es sabido que algunas personas que pasan las peores navidades son aquellas que se encuentran en duelo, están enfermas en el hospital o presas en la cárcel. Resisten al dolor, a la soledad y a la nostalgia. Las familias también son contagiadas del sentimiento de tristeza. Cuando reparo en ello, ahonda la pena. Por ello, me parece deleznable que integrantes de la 4T, entre ellas mujeres jóvenes, se burlen de la situación de mi hermana y la mía como familiar.

A ellos les digo que mi hermana está pagando una pena de 89 años en prisión. La juzgó una jueza sin tomar en cuenta las pruebas en su descargo. A nadie le deseo lo que mi hermana y nosotros como familia estamos padeciendo.

De lo que en ocasiones me siento responsable es de que, probablemente, su condena haya sido más alta por una revancha política contra mi persona, porque a sus supuestos cómplices los condenaron a 31 años menos que a ella. Seguramente nunca lo sabré.

Les deseo a todos ustedes, mis lectores favoritos, felices fiestas. Mis mejores deseos para ustedes y los suyos. Que se reúnan en familia y disfruten de su compañía. Yo estaré con parte de mi gente, y añoraré esos momentos de cuando niña disfrutaba, junto con mis hermanos, de ese delicioso pozole servido en mi plato de barro.

Comentario final: Se acaba el año y ya nadie habla del tema: semana doce, ¿Cuándo terminará la impunidad de Adán Augusto López?

Ciudadana

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