George Kennan —creador de la doctrina estrategia de contención observada por EU durante la Guerra Fría— afirma en sus memorias Around The Cragged Hill, que la política exterior responde más a los intereses de quienes gobiernan, que a los de la nación. En su autorizada opinión, los intereses de la población son, para los políticos, secundarios, pues siempre prevalece la conveniencia, presente o futura, de quien detenta el poder. Esa cruda realidad se agudizó con los gobiernos populistas, siendo el peor ejemplo Trump, a quien Paul R. Pillar (en The National Interest), acusa de privatizar la PE de la superpotencia. No solo la utiliza para hacer negocios y enriquecerse más, sino que se apoyó en los rusos para ganar las elecciones; presionó al presidente de Ucrania para reelegirse; golpeó a México para obtener votos; traicionó a los kurdos para congraciarse con su base electoral, etc. Desgraciadamente, el principal objetivo de la PE ya no son los intereses nacionales, sino los personales de quienes la conducen.

México no ha sido ajeno a ese funesto fenómeno. Durante años, nuestros gobernantes manipularon la no intervención para deslegitimizar toda crítica externa a su antidemocrática y autoritaria conducta. Luis Echeverría desplegó una locuaz PE para obtener el Premio Nobel de la Paz y la Secretaría General de la ONU. Fox implementó un alocado protagonismo para ganar legitimidad y popularidad que, como el de Echeverría, dañó intereses nacionales. Felipe Calderón, para que pasara a un segundo plano su sangrienta guerra contra las drogas, celebró la costosa cumbre del G20 en Los Cabos en 2012, siendo que ya no podía impulsar iniciativas porque terminaba su mandato pocos meses después. Peña Nieto gastó fortunas en promover su imagen y sus reformas estructurales The Mexican Moment, que fueron desperdiciadas porque la realidad se impuso a las artificiales imágenes mediáticas The Mexican Disaster. La manipulación de la PE para fines propios ajenos a los intereses nacionales, ha sido una contraproducente tradición mexicana.

Aunque el actual gobierno sostiene ser distinto a los del PRIAN, en este rubro y en otros muchos, es igual. Se inició con una orientación aislacionista apuntalada en la rígida interpretación de la no intervención. Sin embargo, la marginación causada por no tomar posiciones y por la inasistencia del jefe del Estado a importantes encuentros como los del G20 o la Asamblea de la ONU, afectan negativamente al país. El súbito activismo respecto a Bolivia, fue un cambio radical e irreflexivo, que llevó a intervenir en sus asuntos internos. Prematuramente se reconoció la fraudulenta reelección de Evo Morales, se calificó injerencistamente su crisis, y se le ofreció asilo sin la prudencia diplomática necesaria. Bolivia, geográfica, histórica, política y económicamente es marginal para México, como los mexicanos lo somos para los bolivianos. El comercio es ínfimo (370 MD anuales) y, peor aún, el principal intercambio es ilícito: Bolivia, por ser el tercer productor mundial de coca, mantiene estrechos vínculos con los cárteles mexicanos.

De golpe, ese remoto país se convirtió en prioritario, pero no por razones objetivas o porque ello beneficie intereses superiores de la nación, sino porque es conveniente para el gobierno de la 4T. Tanto por sesgo ideológico, como para desviar la atención de la complacencia hacia Washington, de la debilidad ante el crimen organizado, del estancamiento económico, de las muchas fallas y críticas, etc., artificialmente se levanta una distractiva columna de humo boliviano. Ello es realpolitik, y poco tiene que ver con verdaderos intereses nacionales.


Internacionalista, embajador de carrera y académico

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