Aunque las reuniones de mandatarios fundamentalmente son protocolarias, pues no se negocia, acuerda o resuelve nada en ellas, tienen la importantísima función de enviar, urbi et orbi, el mensaje de que, las relaciones entre los países involucrados, son pacíficas, importantes, y amistosas. Si bien su naturaleza es positiva y encomiable, en el siempre difícil contexto de los nexos entre México y EU, algunos de ellos han sido contraproducentes.

El primero, que tuvo lugar en Washington en 1837, fue trágico y bochornoso: tras ser derrotado por los tejanos, Antonio López de Santa Anna, en calidad de prisionero, se reunió con el presidente Andrew Jackson. La verdadera primera entrevista se realizó en la frontera en 1909, entre Porfirio Díaz y William Taft, con el fin de patentizar el gran entendimiento alcanzado entre los dos países. Sin embargo, como los vecinos constataron que la avanzada edad del eternizado dictador ya no garantizaba la seguridad de sus inversiones, le comenzaron a retirar su apoyo. El rechazo de las reivindicaciones nacionalistas de la Revolución de 1910, imposibilitó nuevas entrevistas durante 34 años: no fue sino hasta 1943 que Franklin D. Roosevelt visitó a Ávila Camacho en Monterrey, para estrechar la alianza forjada en la Segunda Guerra Mundial. En 1947 Harry Truman se entrevistó con Miguel Alemán en la Ciudad de México a efecto de agradecer nuestro apoyo en dicho conflicto. A lo largo de la Guerra Frían, los encuentros pasaron de una vez durante el mandato de los respectivos presidentes, a realizarse anualmente.

A pesar de la institucionalización de las visitas de Estado que reflejaban el alto grado de amistad, cooperación e integración alcanzado, los desencuentros continuaron. La visita de Jimmy Carter a México en 1979, fue desastrosa por las recriminaciones publicas que le hizo José López Portillo. De igual manera, las fricciones entre los gobiernos de Miguel de la Madrid y Ronald Reagan, alcanzaron su clímax cuando el primero visito Washington en 1984, pues fue recibido con un sospechoso “periódicazo” que lo acusaba de desviar a Suiza varios millones de dólares. La mas contraproducente fue la patética reunión del presidente Peña Nieto con el candidato Donald Trump en agosto de 2018. Trump manipuló a su antojo el encuentro, continúo usando a México como piñata política, aumentó su popularidad, y el huésped hundió la suya. Tan mala ha sido la relación con Trump, que no se ha reunido con un mandatario mexicano en más de 3 años.

Sin duda, a la lista de encuentros contraproducentes se agregará el que tendrá nuestro presidente en Washington en julio. Varios colegas diplomáticos y académicos han repetido, ad nauseam, las razones por las que es improcedente: mucho que perder y poco que ganar. Trump es el presidente mas antimexicano de los últimos tiempos, enarbola un ideario racista, xenófobo, machista y discriminatorio; las encuestas dan 14 puntos de ventaja a su oponente demócrata; EU confronta una polarizante elección y crisis pandémica, económica y social-racial, etc., todo lo cual desaconseja una visita de Estado. Quien enarbola fastidiosamente el principio de no intervención -consciente de ello o no- lo infringirá al inmiscuirse en el proceso electoral de otro país. Los demócratas advierten que, como la visita se interpretará como respaldo a la reelección de Trump, si Joe Biden es elegido, ello tendrá serias consecuencias para México. Aunque un presidente es de derecha y otro de izquierda, su populismo los une y atrae. La principal razón del contraproducente encuentro, es que ambos están desesperados por ganar elecciones y desviar la atención de sus fracasos. Deliberadamente confunden sus intereses personales con los intereses nacionales.

Internacionalista, embajador de carrera y academico.   

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