Lourdes Medina Carrillo y Viridiana Lázaro

Desde hace tiempo se había alertado a las autoridades locales y federales sobre los impactos ambientales y sociales negativos ocasionados por la industria porcícola en la Península de Yucatán, la cual crece de manera acelerada y desordenada. En el reporte de Greenpeace México La carne que está consumiendo al planeta se dan a conocer los principales daños ocasionados por esta industria, como la contaminación de agua de cenotes y pozos de agua utilizados por las comunidades mayas aledañas, la deforestación de más de 10 mil hectáreas de selva para la construcción de estas fábricas de cerdos, la ausencia de una consulta indígena previa, libre, informada y culturalmente adecuada antes de su construcción y la falta de permisos ambientales, como las Manifestaciones de Impacto Ambiental en el 90 % de los casos.

Estas afectaciones, nos hace reflexionar sobre el modelo agroalimentario actual que ha colocado a la sociedad mexicana en un alto grado de vulnerabilidad. El actual modelo agroalimentario, como lo ejemplifican estas granjas industriales de cerdos en la Península de Yucatán, tiene su origen en un modelo agroindustrial que se sustenta en la producción intensiva de ganado, alimentado a través de monocultivos, plaguicidas, transgénicos y grandes cantidades de antibióticos.

El crecimiento demográfico y su concentración en las grandes urbes ha generado una mayor demanda de productos cárnicos y lácteos, derivando en la expansión de las tierras de cultivo para producir piensos y en una ganadería industrial intensiva, que se asienta en las cercanías de comunidades indígenas y ciudades; lo que resulta en un aumento de la exposición a las enfermedades zoonóticas.

Las prácticas en estas operaciones industriales con miles de cerdos, confinados en espacios reducidos, con exposición respiratoria a altas concentraciones de contaminantes como amoníaco, sulfuro de hidrógeno, etc. provenientes de los desechos que ellos mismos generan, no solo tornan a los animales más susceptibles a las infecciones virales, sino que pueden propiciar las condiciones por las cuales los patógenos pueden evolucionar a tipos más infecciosos y peligrosos. Estos virus en constante cambio dan lugar a pandemias humanas, debido a que el ganado a menudo sirve como un puente epidemiológico entre la vida silvestre y los humanos, como en el caso de la gripe aviar y la porcina por ejemplo. Los patógenos primero circularon de aves silvestres infectadas a aves de corral y cerdos, y luego pasaron a los humanos.

La diversidad genética produce un efecto barrera de resistencia natural a las enfermedades entre las poblaciones animales. Contrario a esto, la deforestación y pérdida de biodiversidad inherente a la producción industrial de alimentos y otros proyectos extractivistas, ha producido condiciones que favorecen a ciertos vectores y/o patógenos, o a un huésped en particular.

Por lo anterior, es fundamental que la industria porcícola en la Península de Yucatán se considere como un problema regional, valorando sus impactos ambientales acumulativos y sinérgicos ocasionados por esta industria y otros megaproyectos en la zona. El modelo industrial tiene que transitar hacia la producción agroecológica, sustentable y saludable; que garantice el respeto al derecho a un medio ambiente sano, al agua, a la salud, los derechos humanos de los pueblos indígenas y el respeto por su modelo de desarrollo comunitario y autonómico. Para alcanzar esto, es fundamental garantizar la soberanía alimentaria del país.


Por Lourdes Medina Carrillo de Indignación y Viridiana Lázaro de Greenpeace México

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