Practico la abogacía desde 1983, pero fue hasta septiembre del 88 que me inauguré en la Suprema Corte. En aquel entonces un lugar frio, sus largos pasillos estaban poco iluminados, en ellos se oía el repiqueteo de las máquinas de escribir. Los Ministros sumamente formales, se dirigían a uno como Don o Señor licenciado, nunca tuteaban y jamás bromeaban, estrictamente positivistas, les gustaba que les habláramos igual, lo que decía la ley. Sus sentencias contenían diálogos de legalidad, afloraba su profundo sentido humano, pero cuadrados. Por décadas sus fallos rigieron al sistema, de hecho, aún hay principios que nos obligan.
En el 95 vino la gran reforma, el Presidente Zedillo propuso la reducción de 26 togados a 11, concentrando la función en unos cuantos. Con mayores facultades, los elevó al estándar de Tribunal Constitucional y a partir de esa época los árbitros de la Nación, no habría más, sus decisiones sería lo que es. Los diferendos entre entidades, municipios, o de estos con la federación se resolverían por la nueva Alta Instancia. Se necesitaban jueces técnicos, conocedores de las reglas y sí, llegaron mentes brillantes elevando la calidad del discurso. Partidarios del debate, lo hacían mediante preguntas concretas, eran extraordinarios, lo sabían y surgió el periodo dorado, sus opiniones únicas, ejemplares, fijaron un antes y un después en la historia del derecho, pero eso trajo el desprendimiento, se separaron de la población y así edificaron su propia debacle. De pronto comenzaron a pesar las cuestiones de forma, ¿para qué entrarle a un pleito mal planteado? que lo corrijan luego veremos, dando pie a procesos eternos. El exceso de poder originó vanidad asistida de soberbia; se creían intocables y esa idea permeó la pirámide, iniciando por el Juez para terminar en la punta de la cúspide, arribaron los morenistas y los demolieron. El esfuerzo del régimen, de funcionarios y de abogados se fue. Es cierto, tan solo un voto pudo cambiar el curso, pero Pérez Dayan se jactó de congruente y todo se perdió.
Apenas el jueves estuve en Pino Suarez, mi primer litigio con la actual integración. Temprano nos anunciamos, quince minutos previos a nuestra cita programada, hicimos el registro y de inmediato dieron el acceso, nos recibieron puntuales. La controversia por la que íbamos ya tenía proyecto de resolución, lo conocíamos porque ahora los publican, dejaron de jugarle al misterio y de paso evitan la corrupta venta de esos documentos. Sin hacernos esperar, escuchaban con atención, amables, pusieron sobre la mesa sus dudas, tomaban notas, entendían perfectamente el punto en discusión, abiertos, revelaron su posicionamiento. Las sesiones de alegatos continuarían viernes, lunes y martes, sin embargo, empáticos, dijeron ‘ya están aquí, le avisaremos a los compañeros para que los reciban’ y en una jornada fuimos atendidos por el Pleno.
Salimos por la tarde con la sensación de haber sido tratados con dignidad, sin desaires ni prisas, por personas interesadas en solucionar.
He criticado fuertemente a la 4T, señalando lo que considero es erróneo, siendo el realismo mi eje central y el evidente debilitamiento de la democracia, pero hoy mi vivencia como un sencillo postulante fue distinta. No soy ingrato, a la anterior Corte le debo todo, incluso mi libertad, pero también los vi alejarse, olvidar que detrás de cada expediente había mujeres y hombres ávidos de justicia. En esta incipiente aproximación percibí lo contrario, sin argumentación rebuscada, con los ojos puestos en lo fáctico, en cómo dar certeza y al final de cuentas, es lo que la inmensa mayoría anhelamos.
Es verdad, vendrán los temas estructurales que nos atañen como sociedad y es probable que la corriente gobernante ganará, pero en lo que respecta a lo común, lo que se padece a diario, por lo menos se vislumbra un sensible acercamiento con las partes y con humildad lo reconozco.
Abogado. @VRinconSalas

