La semana pasada el dato de inflación originó diversos comentarios, muchos alarmistas aduciendo que la inflación estaba fuera de control y otros tomando la postura contraria sugiriendo que el incremento únicamente se debía a la base de comparación. En esta época tan polarizada, hasta el dato inflacionario tiene que venir acompañada de una narrativa. Es extraño que se necesiten explicaciones para dar contexto a la variable económica mejor percibida por la población.

La inflación es el aumento sostenido y generalizado en el nivel de precios de la economía. Es una tasa de cambio entre dos niveles del Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC), un porcentaje, ni más ni menos. El INPC considera una canasta amplia de bienes y servicios representativos de un consumidor. A partir de la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares, se determina qué consumen los hogares mexicanos y se ponderan los diferentes bienes y servicios consumidos por la fracción de ingreso que les dedicamos. Las ponderaciones se mantienen constantes por varios años, hasta que se ajustan para que sigan siendo representativas de los patrones de consumo.

La lectura de la semana pasada mostró que los precios de la primera quincena de abril aumentaron 6.05% respecto al mismo periodo de 2020. Algunos bienes mostraron aumentos de doble dígito y fueron muy notorios para cualquier consumidor. Los energéticos, en general, aumentaron 28.22%. El incremento en el precio del gas LP fue el mayor, una subida de 37.1%. Las gasolinas, Magna y Premium, subieron 33.5% y 34.9%, respectivamente.

Desde luego que hubo un efecto en la base de comparación. El abril del 2020 estuvo marcado por el gran confinamiento global, con un paro abrupto de cadenas productivas, que llevó la inflación a mediciones bajas, en particular, por el exceso de oferta de hidrocarburos que repercutió en la disminución en el precio de varios energéticos, bienes que están relativamente muy ponderados en el INPC. No olvidemos, además, que México importa una gran cantidad de energéticos —más de la mitad de la gasolina y alrededor de 70% del gas que consumimos— cuyos precios dependen de su cotización global. Hay que considerar también ritmo en la recuperación de EU y China, que incide en el incremento de precios.

El presidente se metió —y nos metió— en un embrollo al hablar de “precios reales”. No hay precios reales. Los precios son la variable nominal por excelencia. Lo que sí hay son incrementos por arriba o por debajo de la inflación, pero al hablar de gasolina y otros combustibles, es hacer una referencia circular. Los precios de los energéticos son un componente fundamental de la inflación, al igual que otros bienes alimenticios considerados en el rubro no subyacente, que alcanzó un incremento de 12.21% en un año.

La inflación no está fuera de control, pero el incremento observado no es irrelevante. No se vale aducir efectos de base de comparación cuando ésta suba, pero olvidarse de ellos cuando la inflación baja.

Para bien o para mal, a la economía mexicana todavía la asustan algunos fantasmas, como el de las devaluaciones o el de la deuda externa. Ojalá el de la inflación se vaya pronto, pero el 6.05% ya les dio un buen susto a los bolsillos de los mexicanos.

@ValeriaMoy

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