Parecería innecesario hacer obvio lo evidente, pero en estos momentos en los que a las palabras se les otorgan significados distintos valdría la pena recordar definiciones que nos permitirían entender mejor el uso que se les da a los recursos públicos, sí, esos que provienen de los contribuyentes y que —dado que siempre son escasos— habría que usar de la mejor manera posible.

La diferencia principal entre gasto e inversión radica en el propósito y el impacto en la capacidad productiva. El gasto típicamente se refiere al consumo de bienes y servicios que otorgan una satisfacción inmediata. En contraste, la inversión tiene el propósito de incrementar la capacidad de producción. El gasto, en términos muy sencillos, cuesta, y la inversión, rinde.

Cuando los recursos públicos son ejercidos la línea que separa al gasto de la inversión puede volverse tenue. Es decir, un mero gasto puede comunicarse y venderse como inversión cuando en realidad jamás habrá rendimientos ni cambios en la capacidad de producción. Hay gasto, de corto plazo, que puede lograr incrementos en productividad. Sin duda en ocasiones la línea es tenue. Pero en muchas otras es claro desde el planteamiento que el gasto solo será gasto y su impacto en producción será meramente temporal.

Este fin de semana el diario Reforma reportó que el Tren Maya —a dos años de su inauguración— recibe subsidios equivalentes a 10 veces su ingreso por venta de boletos y souvenirs. ¿Nos sorprende? El Tren Maya tenía presupuestados para su construcción 214 mil 400 millones de pesos (a precios de octubre de 2025). Se han gastado en él, a precios comparables, 605 mil 200 millones. Acabó costando 182% más de lo presupuestado inicialmente, haciendo ricos a muchos contratistas en el camino, y por ende incrementando la derrama económica en el corto plazo. Además de dañar un ecosistema profundamente delicado, el diseño del tren en sí mismo es absurdo. No conecta ciudades ni aeropuertos ni puntos turísticos. Es un proyecto caprichoso hasta en su diseño.

Si el interés es que siga operando dado que ya está construido tendrá que recibir subsidios año tras año a costa de fondos públicos. Se ha señalado que para que eventualmente pudiera ser rentable debería de ser un tren también de carga, cosa que hasta el momento se ve poco probable. Distinguir entre gasto e inversión de origen hubiera sido importante.

Con la refinería de Dos Bocas sucede algo similar. López Obrador, en su afán de producir más caro algo que puede comprarse más barato, decidió construirla con un presupuesto inicial de 8 mil millones de dólares. Ninguna empresa estuvo dispuesta a comprometerse con los requerimientos del proyecto, así que el entonces presidente encargó la obra a Pemex quien, a su vez, contrató a cientos de contratistas. El último dato reportado por Pemex a la SEC fue que la refinería costó 21 mil millones de dólares. 162.5% más de lo presupuestado inicialmente, en dólares.

Para Tabasco, que decrecía a un promedio de 1.2% previo a Dos Bocas, la construcción fue un respiro. Revivió la actividad económica temporalmente. Quizás la refinería refine en algún momento, pero de ahí a que el proyecto sea rentable hay un abismo de diferencia.

Podemos también hablar de la Megafarmacia, que solo fue una Megabodega vacía. O de los subsidios que recibirá Mexicana o de la capacidad operativa del AIFA. Pero ese no era el propósito de estas líneas. Su única intención era que nos diéramos cuenta de la importancia de distinguir la inversión del mero gasto. Tirar el dinero en una economía que necesita verdadera infraestructura es un lujo que no nos deberíamos permitir.

@ValeriaMoy

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