Mientras los equipos comerciales de Estados Unidos, México y Canadá negociaban día y noche el que sería rebautizado como TMEC en México, otra negociación tenía lugar. La sede del Mundial de 2026 se discutía entre un evento llevado a cabo en tres países -con los temas diplomáticos y logísticos que conllevaría- y Marruecos. La primera opción ganó tal como se anunció el 13 de junio de 2018 en el 68o Congreso de la FIFA. Sabíamos que habría Mundial antes de saber si el acuerdo comercial que había industrializado a ciertas regiones del país seguiría vigente.
Al cerrar 2025, se presentan ciertas similitudes. Sabemos, ahora sí, que habrá Mundial, pero no hay claridad alguna sobre el tema comercial. Sí, de nuevo. Entre 2017 y 2018 los equipos comerciales -apoyados por el sector privado- buscaban casi con desesperación las cifras que hicieran evidente que el entonces TLCAN había sido benéfico para los países miembros. Cuánto se exportaba, se importaba, a dónde, de qué, cuántos empleos se habían generado, qué industrias se habían fortalecido, qué estados dependían de esa relación comercial. Todos tratando de hacer visibles los beneficios que el comercio había traido para contrarrestar la narrativa proteccionista del presidente de Estados Unidos.
Al terminar las negociaciones se confirmó lo que se escuchaba en los pasillos. Se había incorporado una cláusula que establecía que el acuerdo se revisaría cada seis años a partir de la fecha de entrada en vigor, es decir, el 1 de julio de 2020. Faltaba muchísimo. Casi ocho años de margen para estar listos cuando llegara ese momento. No cabía duda de que cuando a los mandatarios de las tres economías les llegara el turno de esa revisión, todo habría vuelto a su cauce y México habría aprendido la lección. Cuentas claras, amistades largas.
En pocas cabezas, si es que acaso hubo alguna, se barajó la posibilidad de que Trump fuera el presidente de los Estados Unidos en ambos momentos.
México es en 2025 un país muy distinto al que era en 2018, aunque la gradualidad haga más dificil que lo percibamos. Pero en algo no ha cambiado. México es el país en el que “ahorita” puede ser todo, desde “en este instante” a “nunca jamás”. Los 15 minutos mexicanos en realidad nadie sabe cuánto duran. Se estiran a voluntad. Seis u ocho años llegan si acaso unos meses antes de las fechas límite.
La incertidumbre que plagó a México durante 2025 -además de la judicial que tendrá que ser siempre mencionada- fue la misma que se vivió en 2017 y 2018. Aranceles, cuotas, acuerdos, trilateralidad, bilateralidad.
No hay, al parecer, incertidumbre sobre el Mundial. Se sabe desde el 2018 que México sería sede junto con su principal socio comercial y Canadá. Uno pensaría –error– que con tanta anticipación se podrían tomar las medidas necesarias en términos de logística para un evento que implica el movimiento de millones de personas entre ciudades y países. Sabíamos que el Mundial venía mientras veíamos día con día el deterioro del principal aeropuerto del país, de las vías terrestres, del drenaje, de la escasez de hospedaje y por supuesto, del incremento en las extorsiones y en la inseguridad.
Al aeropuerto, como a las calles, les darán una remodeladita, algo para que se vean presentables y México quede, como siempre, como el gran anfitrión que es. Pero el aeropuerto se seguirá hundiendo, seguirá siendo insuficiente, mantendrá su equipo obsoleto. Estará bien pintado, eso sí.
La economía necesitará algo más que una capa de pintura. Remodelarla no será suficiente para corregir los problemas estructurales que acarrea desde hace años y una negociación comercial que no es meramente comercial. Ojalá que el Mundial sirva para que nos veamos en el espejo y no se convierta solo en un espejismo.

