La inflación

está en los niveles más altos desde hace 21 años. Con la lectura más reciente, la de la primera quincena de abril, se llegó a 7.72% en su comparación anual. Esa es la inflación general, pero el incremento en los alimentos ha sido considerablemente superior. El precio de las frutas y verduras ha subido 17.26% en un año, los pecuarios (carne de cerdo, de res, de pollo, leche, huevo) han aumentado 13.68%, los alimentos procesados, más de 10%. Sí, comer es cada día más caro.

Más de dos años después del inicio de la pandemia, México y el mundo siguen padeciendo sus consecuencias económicas. Las escenas de los contenedores detenidos en las costas de China muestran con claridad la interrupción de las cadenas de suministro que no solo no se ha reajustado, sino que continuará mientras el covid siga haciendo de las suyas. La invasión rusa a Ucrania ha descompuesto más el escenario, con la escalada en el precio de los energéticos, de los fertilizantes y de los granos.

Banco de México tendrá que echar mano, como lo ha estado haciendo, de la tasa de interés para poder mantener las expectativas de inflación ancladas y de esa forma cumplir con su mandato legal. En este sentido, un banco central profesional y autónomo es clave en un momento como este.

Del lado de la oferta, las acciones para “controlar” la inflación son las que tendrían que existir siempre: mayor competencia real, combatiendo monopolios y concentración de poder de mercado; libre comercio con pocas cuotas y restricciones; mayores facilidades a la inversión para estar continuamente incrementando la oferta; menos burocracia y trámites asociados a la innovación y al emprendedurismo y desde luego, un estado de derecho funcional que impida la extorsión continua a las empresas de todos tamaños. La existencia de esas condiciones no “controla” la inflación pero ayuda a que los precios para los consumidores sean lo más bajo posible sin distorsionar los mercados, pero ninguna de ellas se da en el corto plazo. Suena más sencillo de lo que es, pero es en realidad el único camino.

Leo en estos días que el presidente, al reconocer el deterioro que la inflación genera en el poder adquisitivo de la población, busca —disculpen de nuevo las comillas— “controlarla” y ha señalado que esta semana anunciará un plan para hacerlo. Bloomberg ayer por la tarde señalaba que en este plan se incluye el control de precios para varios productos de consumo básico.

La inflación no se controla por decreto. Los controles de precios no suelen funcionar. Distorsionan la conducta de los participantes y llevan a escasez, mercados negros y corrupción.

La inflación se puede convertir en una pesadilla. Parte del secreto de que eso no ocurra es que la población no dé por descontado que el alza de precios llegó para quedarse. En otras palabras, hay que cuidar el ambiente económico para que el nerviosismo no se apodere de todos.

Ahí está lo que le toca al gobierno. Ser un factor de concordia y certidumbre jurídica que ayude a la inversión y a que la economía se desenvuelva. Ser un aliado de los inversionistas, ser un motor que contribuya a que haya empleos y que se den las condiciones para la competitividad.

Quizá sea mucho pedirle a este gobierno, tan dado a buscar traidores donde solo hay gente que ejerce sus derechos, tan proclive a pintar a todo emprendedor como aspiracionista. Tan aficionado a pensar que lo que se declara en Palacio Nacional es la verdad, y no lo que muchas veces es: un espejismo.

Esperemos a ver el nuevo plan. A ver cómo nos va.

@ValeriaMoy

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