Nora R. Frías

Este 10 de mayo, el primero que me atraviesa la maternidad -elegida-, el sabor agridulce que llevo conmigo desde que decidí maternar en un país con más de 116,000 personas desaparecidas, se acrecentó. Y es que si bien convertirme en madre trajo consigo el amor más grande que jamás he sentido, trajo también la posibilidad de sentir un dolor de la misma magnitud. Ese que injustamente sienten a diario tanto las miles de madres que buscan a sus hijas(os) a quienes desaparecieron, así como hijas(os) que buscan a sus madres. Ellas y ellos no tienen nada que celebrar.

Al día de hoy, continúan desaparecidas 27,316 mujeres en México. El 37% de ellas son niñas y adolescentes con menos de 19 años, es decir, existen alrededor de 10,000 madres que buscan a sus hijas. Las 17,274 mujeres restantes son mayores de 19, por lo que resulta probable que puedan ser mamás o incluso abuelas. Además, hay 43,956 hombres jóvenes desaparecidos que, en su mayoría, también son buscados por sus madres. A pesar de ser conjeturas, los datos anteriores nos permiten dimensionar la cantidad de personas que no pudieron festejar este día junto a sus seres queridos.

En este contexto, y frente a la indolencia de un Estado que ha permitido que sean las madres las que busquen a sus hijas e hijos con sus propias manos, las familias han convocado a un proceso de unificación nacional para encontrarse, agruparse y pensar de forma colectiva cómo continuar con la búsqueda de todas las personas que nos faltan. Este proceso arrancó con una emotiva primera etapa en la que miles de familias y personas solidarias de las 32 entidades del país se dieron cita el 08 y 09 de mayo en un encuentro nacional en el Estado de México. Un encuentro que, haciendo eco de palabras de quienes lo lideraron, estuvo centrado en organizarse desde el amor para seguir su lucha.

Al día siguiente, el movimiento tomó las calles de la CDMX en una marcha del Monumento a la Madre hasta el zócalo con el objetivo de seguir con la visibilización de su lucha y exigir a las autoridades que atiendan la crisis de desaparición que vivimos en México. Marchar a su lado fue tan doloroso como esperanzador. Ninguna persona debería tener que marchar para exigir la búsqueda efectiva de sus seres desaparecidos, ninguna persona debería desaparecer, pero si un día nos tocara a ti o a mí, ellas no pararían hasta encontrarnos.

Por ello, hemos asumido asegurarnos de no guardar silencio, de acompañar su lucha y no mantenernos en la inacción ante tanta atrocidad. Nos toca estar desde las trincheras que nos atraviesan y asegurarnos de poner nuestro privilegio al servicio para asegurarnos que, año con año, sean cada vez más los hogares que tienen una razón para festejar el 10 de mayo y no una para salir a marchar.

Coordinadora del Programa de Derechos Humanos - Universidad Iberoamericana Ciudad de México

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