Google no solo es un monopolio tecnológico, sino también un zoon politikón con raíz en su poderío económico, sus prácticas comerciales y el desarrollo de tecnologías, como la inteligencia artificial, de la que es pionero.
En la pasada elección presidencial en EU apoyó a la candidata Kamala Harris, quien perdió frente a Donald Trump. Por lo que el gigante de la tecnología dio un giro y ha tratado de congraciarse con el presidente estadounidense, pero en el camino, el pitagórico consentido de Trump, Elon Musk, no los ha dejado entrar de lleno a la Oficina Oval. Las diferencias con Larry Page y Sergey Brin —los directivos máximos de Google— son irreconciliables. De ahí que desesperadamente hayan tratado de coincidir con el jefe de la Casa Blanca.
En América Latina apostaron por la derecha, haciendo importantes inversiones en El Salvador y colaborando muy de la mano con el mandatario Nayib Bukele. Él mismo inauguró las oficinas de Google en su país.
Más aún, el gobierno salvadoreño le dio estatus de par a Google, pues reservó la información sobre el financiamiento de la administración de Bukele a la tecnológica por al menos 500 millones de dólares en los próximos años, argumentando que se podrían menoscabar “las relaciones internacionales y la conducción de negociaciones diplomáticas del país”.
Por el contrario, pareciera que a Google le disgusta la izquierda de nuestro país, ya que se ha empeñado en entrar en controversia con la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo y los poderosos argumentos que ha dado para que se respete el nombre del Golfo de México.
No contento con ello, toleró en su plataforma YouTube una campaña de desprestigio en contra de la Presidenta, lo que motivó un pronunciamiento del líder de la Junta de Coordinación Política del Senado, Adán Augusto López Hernández, quien dirigió a la tecnológica un extrañamiento —con vastos argumentos— por permitir estas campañas sucias. En breves líneas, la empresa respondió, aceptando en general que hay vulneraciones de sus lineamientos de uso. A final de cuentas actuó, situación diferente cuando es omisa y no retira el contenido difamatorio, causando los famosos daños morales por permitir en su plataforma las fake news.
Así el gigante monopólico se confronta con dos de los Poderes de la Unión, el Ejecutivo y el Legislativo. Esto no sucedió con gobiernos neoliberales en México, sino al contrario, Google gozó de buenas relaciones con el poder que se tradujeron en contratos públicos, como sucedió con la administración del último sexenio priista.
Lástima que la Fiscalía Especializada en Combate a la Corrupción de la Fiscalía General de la República no investigó a fondo las licitaciones que, en ese sexenio neoliberal, les adjudicó indebidamente la entonces Coordinadora de la Estrategia Digital Nacional, Alejandra Lagunes, quien había trabajado en Google.
Parte de esa buena relación con instituciones neoliberales permaneció, pues antes de ser disuelta y como regalo de despedida, la Comisión Federal de Competencia Económica los exoneró de una investigación por prácticas monopólicas, siendo la única autoridad en el mundo que los ha absuelto con argumentos bastante endebles.
Los anteriores ejemplos dan cuenta de la forma en que late el corazón de Google. Queda como lección en el sector privado que la operación e ideario de sus negocios no debe ser un tema de izquierda, de derecha o neoliberal. Es cumplir con la legislación y, si la quebrantan, atenerse a las consecuencias previstas en la norma. Por ello, el principio del Estado de Derecho: nadie por encima de la ley.
Abogado y activista, maestro en Ciencias Penales. Autor del libro “El ciudadano republicano y la cuarta transformación”.

