A un día de cerrar con este interesante 2025 y justo en un momento en el que el ruido informativo se acumula y precipita con titulares que compiten por imponernos urgencias, vale la pena realizar un gesto distinto: detenerse y mirar hacia atrás, pero no al atrás inmediato sino al recorrido completo de todo este año, para dejar de enumerar hechos aislados y observar así el trayecto que hemos completado.
En este ejercicio, es notable que cerramos con una característica poco frecuente en la historia reciente de México: la estabilidad: una condición que por primera vez en este siglo dejó de ser una excepción. La inflación se mantuvo contenida, el empleo sostuvo su ritmo, y el salario dejó de funcionar como variable automática de ajuste. En la vida cotidiana, esto no se expresó en abundancia sino en algo más básico y al mismo tiempo más profundo, el inicio del bienestar, que podría también interpretarse como el poder de planear, aunque sea aún en márgenes todavía estrechos.
En seguridad ocurrió algo semejante. La violencia no desapareció, pero ha dejado de expandirse como una fuerza que no tiene contención. Con la reducción sostenida de homicidios, la mejora en la coordinación institucional y el cambio de titularidades en posiciones estratégicas, el mapa de riesgos se transforma rápidamente para prácticamente todas las zonas del país. Parecieran transformaciones discretas pero acumuladas, reordenan la vida social.
En el terreno político, el año confirmó que el cambio de rumbo iniciado un sexenio atrás se volvió parte de la normalidad institucional, pues el relevo en el Ejecutivo Federal se procesó exitosamente, contra muchas apuestas en contra de que así sucedería. Lo anterior no es menor, pues en un país marcado por transiciones abruptas, este dato tiene un peso histórico que no siempre se dimensiona. Gobernar sin sobresalto es, también, una forma de demostrar que la transformación va. Al interior se redefinieron liderazgos, se afinaron prioridades y se ordenaron agendas para perseguir un mismo horizonte político. Entonces la discusión dejó de girar en torno a si el país debía cambiar de rumbo y se trasladó a cómo profundizar este rumbo que fue elegido desde las urnas. Una diferencia sustantiva frente a otros sexenios que hoy ya solo son remembranzas.
Con este ejercicio de retrospectiva podemos identificar qué cambió de fondo y qué sigue siendo tarea pendiente; pero entre lo indiscutible está que México cierra 2025 con un activo político que durante décadas fue escaso: capacidad de gobierno para todas y todos.
Cerrar 2025 desde esta perspectiva implica reconocer una verdad fundamental, México está dejando de vivir al borde de la crisis y este piso, construido con decisiones acumuladas y costos políticos reales, no debe darse por sentado. Cuidarlo y elevarlo es la tarea concreta del siguiente ciclo. Ahí es donde la retrospectiva deja de ser un ejercicio reflexivo para convertirse en una responsabilidad pública.
El próximo 2026 se presenta como la oportunidad para consolidar los movimientos estratégicos que se hicieron durante este año. Será tarea de todas y todos continuar con el fortalecimiento de la vida pública de este país. Habrá que confiar en el liderazgo de nuestra presidenta que no sólo se proyecta en el extranjero, sino también a nivel interno. Estemos pendientes, la transformación seguirá con más ahínco. Feliz 2026.
Académico

