En Brasil, la izquierda triunfó en las urnas, perdió y volvió a ganar. Pero el costo social y político del gobierno intermedio de la ultraderecha fue alto.
Algo similar sucedió o sucederá en Ecuador, Argentina y ahora en Bolivia. En esta última, debe acreditársele a Evo Morales una parte considerable de la derrota. Líder carismático con una amplia base social, los temas personales llegaron a cobrar factura en la política.
El voto en contra se explica por el agotamiento frente a los problemas económicos, la corrupción y las diferencias políticas internas. Sin posibilidades de competir personalmente, optó en contra del candidato de su antiguo aliado, el presidente Luis Arce, impulsando el voto nulo.

No descarriló la elección, como parece era su intención, y probablemente ahora gane una fuerza emergente poco conocida que sostiene una posición general ligeramente “progresista” (el “capitalismo para todos”) y políticas concretas contrarias a esta declaración general: ajuste, disminución del tamaño y papel del estado, reducción de los impuestos, apertura al exterior y desregulación del mercado. Pone el énfasis en créditos para todos en ausencia de definiciones concretas de cómo se financiará, en qué y a quiénes. Problema de plataforma por la contradicción entre sus objetivos, en la cual pesarán más, al menos en el corto plazo, todas sus propuestas de ajuste que una idea difusa de bienestar en la que el único componente distributivo son créditos igual de difusos. Esta es la opción “progresista” frente a una derecha resentida y más radical.
Milei costará en Argentina, aunque seguramente la ultraderecha perderá eventualmente por su corrupción y mal gobierno. Pero los costos que duelen y dejan marcas permanentes.
El tema para México es ya un lugar común: la izquierda, a pesar de su fortaleza actual, puede perder. Esta lección no tiene una contraparte en la crítica y la corrección de los males.
La derecha aprovecha, inventa y se organiza. Pero lo cierto es que esto ocurre cuando la izquierda abre flancos para esa operación. En cada país las circunstancias son distintas; en México es la inseguridad, la falta de crecimiento que se refleja en menores oportunidades de empleo y la corrupción. Pero es la carencia de democracia interna la que impide la reflexión, la crítica y el remedio de los males.
Dos acciones que han pasado inadvertidas: 1) la prolongación de las direcciones de Morena en los estados hasta el 2027 y, 2) la elección de las direcciones de los seccionales (comités de base que ahora toman el nombre que le daban los priistas).
La primera es claramente una continuación de decisiones autoritarias y que terminan por costar al movimiento y al país.
La segunda parece una puerta en sentido contrario. Por fin pareciera se permite la gente vote. Sin embargo, el problema esta en el ánimo de los militantes y las circunstancias en que se realiza la elección. Aunque tengan críticas, confían en el gobierno federal. Pero, los militantes desconfían y están cansados de métodos, dirigentes, representantes electos y los resultados de su participación y los gobiernos locales.
Quienes han participado en la afiliación, los Coordinadores Operativo-Territoriales, reportan esta tendencia que se corrobora en la escasa participación en estas elecciones respecto a los anteriores resultados electorales federales y estatales, así como el padrón de militantes.
Por el otro lado, los gobernadores y las corrientes y personajes de la vida nacional insisten en pastorear los resultados y las conciencias. El escaso resultado demuestra que sus estructuras están desgastadas y no serían capaces de contrarrestar un malestar generalizado. Pero, no hay peor ciego que el que no quiere ver.