Hace una semana la legisladora demócrata Nancy Pelosi anunció la intención de su partido de iniciar un proceso de destitución contra el presidente Donald Trump. Históricamente hay que señalar que ningún presidente ha llegado a ser destituido a través del llamado proceso de impeachment.

De iniciarse el proceso, sería la cuarta ocasión en que el Congreso Norteamericano intenta deponer a un presidente que ha faltado en sus obligaciones constitucionales (Andrew Johnson, Richard Nixon y Bill Clinton). Hay que resaltar que en ninguno de los tres casos anteriores las acusaciones han prosperado (Nixon renunció), no se han alcanzados los votos necesarios (Johnson y Clinton) y el asunto ha terminado en poco más que un escándalo público.

Esto es relevante en el caso actual pues, si bien es verdad que el actual presidente estadonunidense no goza de la mejor imagen a nivel internacional, también lo es que a nivel interno sigue contando con suficiente aprobación y que el efecto de iniciar un proceso de destitución fallido puede tener el efecto contrario al esperado por los demócratas y elevar el índice de popularidad del Presidente.

Al inicio de su segundo mandato, la popularidad de Bill Clinton superaba el 50%, bastante alta debida, sobre todo, a su carisma. Sin embargo, luego del proceso de impeachment, en 1998-99 alcanzó el 73% y terminó su mandato con un nada despreciable 65%.

Por supuesto hay que considerar diversos factores muy importantes que hacen que el caso de Trump sea completamente distinto a los anteriores uno de ellos muy importante es que el proceso de destitución inició durante su segundo mandato, por tanto, no había intereses de reelección involucrados.

De acuerdo con diversas encuestas, Trump llegaría al proceso de impeachment con niveles relativamente de popularidad, entre el 43% y el 46%, índice similar al de julio pasado, el más alto de su presidencia que rondaba el 47% y notoriamente más alto que el 39% al que había caído luego de que se diera a conocer el informe del fiscal especial Robert Muller.

Por supuesto, también está el lado contrario, el ejemplo de Richard Nixon que al final prefirió presentar su renuncia y no pasar por el desconcierto de una votación legislativa que al final pudiera destituirlo. Nixon culminó su presidencia con alrededor del 25% de aprobación cuando había logrado hasta 63% en el punto más alto de su mandato.

Un resultado fallido, es decir, un proceso de impeachment que resulte en una investigación poco clara y con votos insuficientes (se requieren 67 de 100 votos y los demócratas tienen apenas 45) para alcanzar la destitución podría robustecer la idea de un presidente perseguido por la oposición; una retórica falsa pero que podría resultar efectiva al momento de conseguir votos. Convertirse en víctima en plena campaña podría catapultar a Trump en los próximos meses.

Ahora bien, un proceso transparente, público y bien llevado podría resultar positivo no únicamente para los demócratas en términos de sus posibilidades de recuperar la Casa Blanca sino en general para el mundo entero. Anticipar un resultado en el contexto actual es una labor casi imposible, sin embargo si puedo adelantar que si el proceso resulta desaseado puede haber daños colaterales, particularmente contra el candidato demócrata puntero Joe Biden.

Twitter: @solange_   

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