El pasado 21 de noviembre, Donald Trump y Nicolás Maduro sostuvieron una llamada en la que, según lo publicado por The Miami Herald, Washington exigió la renuncia inmediata del líder venezolano a cambio de un salvoconducto para su familia —un salvavidas lanzado a un tirano que se ahoga en su propio régimen. Maduro no solo rechazó la oferta, sino que elevó la apuesta pidiendo amnistía internacional para él y un centenar de sus funcionarios, junto con el control de las fuerzas armadas incluso tras dejar el poder. La Casa Blanca, previsiblemente, se negó.

Fue después de este intercambio cuando Trump anunció primero el cierre del espacio aéreo venezolano y luego la posibilidad de una incursión en suelo venezolano, en abierto desafío a Maduro y su régimen.

Este pulso no surge del vacío. A nivel estratégico, nada de esto es accidental. Venezuela, ubicada en el sur del Caribe, es un elemento clave para la política y la seguridad de Washington. Por décadas, la Casa Blanca ha buscado influir en el cambio del régimen chavista abiertamente hostil a Estados Unidos y aliado principalmente de Rusia, pero también de China.

Los despliegues militares en el Caribe de las últimas semanas pueden leerse no solamente como operaciones contra el tráfico de drogas, pues apunta principalmente a Venezuela y no al resto de corredores en el Caribe que alimentan el tráfico de narcóticos hacia Estados Unidos. Al contener el tráfico no solamente de estupefacientes, sino también de armas, combustible y petróleo que hoy financian a la dictadura madurista y se han convertido en una fuente crucial de sus ingresos, Washington altera el cálculo de riesgo-recompensa en la región y aprieta el tornillo a quienes hoy sostienen el régimen gracias a esos recursos.

En la actual situación, Washington enfrenta tres vías: 1) presión política, 2) acción militar directa o 3) apoyar un cambio interno. La primera opción, la de la negociación, se enfrenta a un problema crítico. El poder en Venezuela es un poder fragmentado. A diferencia de lo que suele pensarse, el régimen venezolano no está encabezado por una sola persona, Nicolás Maduro. Él es la cara más visible, pero a su alrededor hay personajes igualmente poderosos, y tal vez incluso más, como el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, y el ministro del Interior, Diosdado Cabello.

Por tanto, cualquier acuerdo unilateral hecho por Maduro con Trump lo expondría a represalias por parte de estos actores y la Casa Blanca no puede ofrecer garantías de salida favorables para todos ellos. Todo esto es lo que complica una transición negociada y, en última instancia, la hace poco probable. Maduro podría aceptar su dimisión, especialmente ante la perspectiva de una invasión y su posible encarcelamiento, pero un cambio de régimen funcional depende de la neutralización de todos esos personajes para que se logre una transición viable.

Ahora bien, vista la reciente escalada retórica, ¿es la vía militar directa sobre suelo venezolano una opción viable? A pesar del aumento de tono, esta opción aún es una posibilidad lejana. Hay dos elementos claros que me hacen dudar de que Trump realmente esté planeando llevar tropas directamente sobre territorio venezolano: el rechazo de la opinión pública (70 % de los estadounidenses se opone a una intervención, según CBS) y el patrón reiterado de Trump de usar amenazas como instrumento de presión, a menudo sin concretarlas.

Lo cual dejaría la opción 3 como la que más posibilidades podría tener. La alternativa es la zona gris: la desestabilización encubierta y la reorganización del poder. Si las negociaciones fracasan, Washington podría inclinarse por una estrategia de ruptura interna, apostando por los actores de la oposición y las facciones militares disidentes que rompen con Maduro, Cabello y Padrino López. Pero cualquier gobierno que nazca de ese proceso se enfrentaría a inmediatos desafíos de legitimidad, ya que sería ampliamente tildado de producto de un golpe de Estado.

Para Trump, el cambio de régimen se ha convertido ahora en un imperativo tanto político como estratégico. Sin embargo, la opción militar podría tener demasiadas complicaciones tanto dentro de Venezuela como en Estados Unidos. Negociar y absolver a Maduro y a una parte del aparato chavista o empujar una toma de poder enfrenta retos de legitimidad muy grandes. Sea cual sea la opción, la reconstrucción de las instituciones democráticas será fundamental para garantizar que Venezuela no se convierta en otro Estado fallido creado por Estados Unidos.

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