Muchos meses han pasado desde que iniciaron las cuarentenas en el mundo provocadas por la pandemia. Han corrido ríos de tinta sobre las posibilidades de transformar nuestro sistema económico en uno que atienda las demandas sociales de todos los ciudadanos, especialmente de los más vulnerables y modifique el actual patrón de destrucción de la naturaleza.

Por supuesto es aún muy pronto para analizar lo que se ha hecho y los resultados de las diversas iniciativas que se han creado y por ello es válido preguntar ¿Puede una pandemia hacernos cambiar el estado de las cosas?

En la historia del mundo, diversas pandemias han minado la población, afectando con ello la actividad económica, el comercio y, en muchos casos, el delicado equilibrio geopolítico. Diversos historiadores consideran, por ejemplo, que la Peste Antonina (165 d.C.) que asoló al Imperio Romano, fue la causa del fin de la llamada Pax Romana entrando, en 180 d.C. en un periodo de inestabilidad, invasiones y guerra civil.

Cuando en 1347 la Peste Bubónica (o Peste Negra) diezmó a la población europea tuvo graves efectos colaterales. Con menos de la mitad de la población, el comercio prácticamente desapareció y las grandes ciudades se vaciaron. Sin embargo, este cambio trajo consigo también mejores salarios para los trabajadores del campo y redujo los precios de alquiler de las tierras, mejorando significativamente sus condiciones de vida. Una buena noticia ante una de las peores tragedias de la historia.

En épocas más recientes, pandemias como la desatada por VIH/SIDA, el Ébola o la influenza AH1N1 han afectado las relaciones internacionales, mejorando la cooperación internacional, la ayuda humanitaria y los sistemas de salud en diversos países. Pero también han tenido un efecto “normalizador” como el que vivimos actualmente con el COVID 19.

Tal normalización puede tener efectos positivos, como la reducción de emisiones de gases contaminantes, la dramática disminución en los patrones de consumo y la consecuente, aunque lenta, recuperación de ciertos destinos turísticos gracias a las restricciones de ingreso.

Sin embargo, esta realidad se enfrenta al incremento desmedido de residuos hospitalarios utilizados por personal médico y civiles que, en una gran cantidad de casos, terminan siendo desechados sin ningún tipo de control. Toneladas de nuevos residuos sanitarios llenan hoy los basureros al aire libre de cientos de ciudades; millones de guantes de latex y mascarillas hoy atiborran los mares acrecentando una crisis de contaminación oceánica ya de por si fuera de control.

La normalización también enfrenta la drástica caída económica que ha golpeado a los más vulnerables en todos los países del mundo. Millones de personas sin empleo tienen que sobrevivir en economías que, si bien pueden cambiar, aún no lo han hecho, incrementando el descontento y la desesperación. Esto puede conllevar a brotes de crisis sociales, como ya hemos estado viendo en nuestro país y la respuesta desde el poder, puede conducir a un endurecimiento de las políticas, más populismo y más nacionalismo. Una receta de desastre.

Es urgente que el sector empresarial, la academia y las organizaciones de la sociedad civil se unan para trabajar en la creación de un modelo económico que sirva para todos, que ayude a los más pobres sin que eso implique “regalar el pescado” (lejos del paternalismo añejo propuesto por el Presidente). Nuestro país requiere propuestas elocuentes, profundas e innovadoras. Las empresas y los empresarios pueden y deben ser parte de la solución a los problemas globales. No hay tiempo que perder.

Twitter: @solange_ 

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