Para quien ha seguido el proceso de impeachment en Estados Unidos, el resultado de ayer no fue una sorpresa. Ya hace varios meses en este mismo espacio adelantábamos lo difícil que sería que los senadores republicanos votaran en contra de un presidente emanado de su propio partido, a pesar de que las pruebas en su contra han demostrado su responsabilidad.

El senado resolvió, por mayoría simple, absolver (acquit) a Donald Trump de los cargos de los que era acusado. Aquí vale la pena que entremos un poco en la gramática. Absolver no es lo mismo que declarar inocente. Absolver es eximir a una persona de cumplir con una pena impuesta por los errores cometidos. Absolver es perdonar por lo hecho.

La declaración de absolución simplemente implica que no se impondrá el castigo establecido para el cargo por el que fue acusado, pero no implica una votación de inocencia o de no culpabilidad. Lo anterior cotidianamente se deriva, en los casos penales, de la insuficiente evidencia para declarar la culpabilidad pero funciona al contrario también, no hay suficiente evidencia para declararle no culpable ni inocente. Significa que no se presentaron evidencias o pruebas suficientes para declararle culpable.

La razón para esa falta de evidencias es absoluta responsabilidad de los senadores republicanos que, utilizando su mayoría, votaron en contra de convocar a más testigos que podrían haber aportado mayores datos sobre los cargos que se le imputaban a Donald Trump. Sin esa información, y apurando los tiempos para terminar con el asunto “lo más pronto posible”, el voto por el perdón no fue más que una decisión político-electoral vergonzosa que pesará sobre sus hombros.

¿Cuál será el efecto de esto en las elecciones de noviembre próximo? En primer lugar, pareciera ser una confirmación de que Trump obtendrá la candidatura republicana sin casi mover un dedo. Tiene ahora el apoyo de su partido y esto le dará suficiente material para alimentar su retórica en contra de los demócratas y el proceso de impeachment. Por supuesto, alentará a sus bases poniendo énfasis en el voto en el Senado y en su supuesta inocencia y poniendo en evidencia a los demócratas que, hay que decirlo, terminan mal parados en todo este embrollo.

Justo en el lado demócrata es donde más se sentirán los efectos de este resultado. Si bien es cierto que el resultado era esperado, también es verdad que durante las audiencias en la Cámara de Representantes, los demócratas tuvieron una gran exposición mediática en su favor. Lamentablemente, la división interna hace poco posible que puedan delinear una estrategia para contrarrestar la retórica presidencial en su contra.

Es tiempo ahora de evaluar la pertinencia de la estrategia demócrata de avanzar con un impeachment a sabiendas de que, aún prosperando en la Cámara de Representantes, el asunto se caería en el Senado. Para la mayoría la motivación principal fue electoral y el asunto se les salió de las manos con un resultado, a todas luces contraproducente.

Es claro que ambos partidos actuaron con intereses electorales. Casi exclusivamente. Sin embargo, la actuación republicana es mucho más reprobable que la demócrata, por el simple hecho de estar dispuestos a pasar por alto la actuación de un Presidente que abiertamente a violado la Constitución y cometido actos legalmente incorrectos con tal de no perder el poder.

Políticos al fin y al cabo podrá decirse, pero no perdamos de vista que seguimos hablando del país paradigma de la democracia en el mundo durante siglos y que en estos años ha demostrado una fragilidad institucional suficiente para dar paso a un hiperpresidencialismo muy peligroso

Twitter: @solange_

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