Recep Tayyip Erdogan, decía John Esposito de la Universidad de Georgetown en 2004, es un "constructor de puentes”, un hombre “profundamente religioso con talento para la rudeza de la política democrática”. Así reseñaba la revista Time el carácter de quien apuntaba a transformar a Turquía para bien. Era marzo del año 2003. Recep Tayyip Erdogan se convertía en el Primer Ministro de Turquía, un hombre carismático, visto en aquellos años como un reformista liberal, a favor del libre mercado y, sobre todo, de la democracia secular.

Erdogan engañó a propios y extraños. Todavía en 2004, la conocida revista The Economist hacía votos porque los países occidentales apoyaran al aún nuevo Primer Ministro Turco para mantenerse en el poder “para fomentar exitosamente la democracia en todo el mundo musulmán, especialmente en los países árabes, es fundamental fomentar el modelo turco”. RTE, como también se le conoce, mantuvo un perfil conciliador y democrático porque estaba aún en juego la posibilidad de ingreso a la Unión Europea. La tortura, la censura y la pena de muerte parecían ideas de un pasado que Turquía pretendía dejar atrás para abrazar los ideales liberales de occidente.

La luna de miel apuntaba al declive en 2005 cuando académicos turcos, organizaciones de derechos humanos, periodistas denunciaban los continuos ataques y limitaciones a la libertad de expresión y de prensa. Dato sostenido por un reporte del Departamento de Estado de Estados Unidos. Activistas, editores y periodistas enfrentaban procesos judiciales o estaban en prisión por sus opiniones. Las cosas fueron cambiando. El tufo nacionalista-populista, antiparlamentario y pro-presidencialista imperó y Erdogan se salió con la suya.

Luego, todo se vino en cascada. La intimidación a la prensa y a periodistas, los constantes ataques a los opositores, la limitación a los derechos de manifestación. Con los años llegaron las reformas constitucionales que cambiarían por entero el sistema político para que dejara de ser un régimen parlamentario y transformarlo en un régimen presidencial fortalecido. Cambios legales para considerar delitos la crítica y el disenso con el gobierno y en especial con el Presidente.

Con todo, Erdogan siguió ganando elecciones. Con cada siguiente proceso el Partido Justicia y Desarrollo, de Erdogan, fue ganando más y más votos traducidos después en escaños en el Congreso. Ahora, gobernando con poderes de emergencia, otorgados por él mismo, luego de haber cambiado la Constitución a través de referendo, Erdogan no tiene empacho en seguir creando un Estado totalitario.

18 años después Erdogan continúa con su política de desmantelamiento del Estado. El día de ayer, despidió al vicegobernador del Banco Central a menos de dos semanas de haber destituido también a su gobernador y hace tan sólo una semana anuncia la salida de Turquía de la Convención de Estambul (para prevenir y combatir la violencia contra la mujer y la violencia doméstica. Gobernando a través de poderes de emergencia, Erdogan ha logrado concentrar el poder para si mismo y todo apunta a que no lo soltará en el futuro cercano. Es claro que la apuesta por Erdogan fracasó, Erdogan no sólo no hizo lo que prometió sino que ha hecho todo lo contrario. Desmantelando el Estado para reconstruir un remedo autoritario sin pies pero con una sola cabeza, la suya. ¿Servirá su ejemplo fallido para que los ciudadanos de otras naciones como la nuestra no comentan los mismos errores?

Twitter: @solange_  

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