El texto de la denuncia de Emilio Lozoya, filtrada el día de ayer a los medios de comunicación, abre un nuevo capítulo en la tragi-novela de la clase política mexicana. Los hechos están ahí, detallados para quien, ahora guste leerlos. Habrá que ver qué pruebas presentará el señor Lozoya para demostrar sus dichos, pero hasta el momento, la denuncia no es más que el relato de conversaciones inverosímiles y hechos que, en su mayoría, no le constan al denunciante.

Es también el relato cínico de un ex funcionario público que por un lado admite haber sido parte activa en la corrupción, haber recibido recursos de origen ilícito en cuentas personales y durante años haber operado la entrega de supuestos sobornos pero que “justifica” haberlo hecho por instrucciones precisas, presión y hasta amenazas que no detalla en ningún lado.

Son curiosas, por decirlo de alguna forma, las acusaciones a Carlos Salinas de Gortari en las que, de paso, Emilio Lozoya desacredita también a su propio padre, Secretario de Energía en el sexenio salinista pero que no figura en la lista de denunciados. Curioso también que en esa parte del relato sus actos podrían calificarse como tráfico de influencias. Curioso también que asegure haber actuado recibiendo instrucciones precisas y haber estado inconforme más de una vez pero sin que haya constancia de su inconformidad sino todo lo contrario. Lozoya admite haberse quedado, para su uso personal, un millón y medio de dólares destinados a sobornos y permaneció 4 años en el cargo. Demasiado tiempo para alguien que hoy parece querer erigirse como el adalid de la honestidad.

Curioso también que relate la entrega de sobornos a legisladores por la aprobación de la reforma energética que fueron entregados “en abonos” de acuerdo a la existencia de algo tan etéreo como “el avance de las negociaciones” o la existencia de “borradores” y no por hechos concretos como “votos”.

La filtración de la denuncia de Lozoya es muy oportuna para el gobierno federal que abiertamente está perdiendo la batalla contra el Covid y que claramente no tiene idea de cómo sacar a flote la economía del país. Un guión bastante mal escrito para ser contado en las mañaneras, dictar la agenda mediática y con eso esperar que la gente se olvide de lo importante y de paso destruir a sus rivales políticos de cara a la elección del 2021. Oportuna porque golpea a diversos personajes de la vida pública que son o han sido adversarios del Presidente López Obrador.

Filtrar nombres, datos, cifras, videos y ahora la denuncia completa podría beneficiar al propio Lozoya y pone en riesgo una investigación que no debería ser publicada ni mucho menos comentada por el propio Presidente en sus apariciones diarias. Las filtraciones, sea cual sea su origen, afectan gravemente el debido proceso y podrían dar paso a una liberación de Lozoya sustentada en el efecto corruptor (el cual tiene su origen en el juicio de Florence Cassez) dada la exposición mediática del caso. Las probabilidades de que un confeso Lozoya vaya a juicio siguen disminuyendo.

Este será un caso que se juzgará en los medios de comunicación y en las mañaneras. La estrategia de López Obrador es meramente táctica, comunicacional. Pese a sus dichos, es claro que no busca combatir la corrupción ni castigar los hechos ilícitos cometidos en el pasado. Si esa fuera su intención, el Presidente debería abstenerse de hacer comentarios, mostrar videos o responder cuestiones que hoy están en la cancha del fiscal. Pero al parecer, el objetivo de tener ahí a Lozoya es otro. Al tiempo.

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