Alaska es el lugar donde habrán de encontrarse el día de hoy el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Pero las promesas de paz instantánea, tan propias del estilo de Trump, se han estrellado contra la realidad: meses de llamadas telefónicas no han movido un ápice al Kremlin. Si algo nos enseñan esos diálogos estériles es que Putin no responde a amenazas ni a plazos. Esta cumbre, que en su génesis parecía un paso firme, hoy se siente como un salto al vacío.
En las horas precedentes a la reunión, Washington pasó de la euforia a la cautela. No es para menos: Putin ha hecho caso omiso de cada ultimátum de Trump, desde la fantasía de una paz en el “primer día” hasta los plazos más recientes, respondiendo con más ataques y buscando obtener más territorio ucraniano bajo su control. Putin tiene un largo historial de desoír los plazos de Trump, y la economía rusa ha demostrado ser resistente a las sanciones gracias a acuerdos con países como China e India que eluden las restricciones occidentales. Y Putin, con la astucia de quien conoce el ego de su interlocutor, ha sabido adular a Trump, alabando sus “esfuerzos sinceros” mientras sus tanques siguen avanzando. Es un juego que el ruso domina: alimentar las ambiciones de grandeza de Trump mientras Ucrania paga el costo en sangre.
Trump, que se ha pintado como el gran pacificador, nominado ¡faltaba más! por Benjamin Netanyahu al Premio Nobel de la Paz, está contra las cuerdas. Sus promesas de campaña y su obsesión por un titular triunfal lo obligan a llevar algo a casa desde Alaska. Pero su credibilidad pende de un hilo: un nuevo desaire de Putin lo dejaría como un negociador de papel. Por eso necesita algo que ofrecer.

Según The Telegraph, las propuestas incluirían acuerdos sobre minerales raros y recursos energéticos. El plato fuerte es un trato que permitiría a Rusia acceder a los minerales de tierras raras, como el litio, en territorios ucranianos ocupados, que concentran un 10% de las reservas globales y más de la mitad de los recursos minerales de Ucrania, valorados en 14.8 billones de dólares, incluyendo 22 de los 50 minerales críticos para la economía mundial.
Esto no es un simple error; sería una traición al borde de lo absurdo. Trump firmó el 30 de abril un acuerdo con Ucrania para explotar esos mismos minerales a cambio de apoyo militar contra la invasión rusa. Permitir su explotación a Rusia implicaría un reconocimiento de facto a la ocupación rusa, una bofetada a la soberanía ucraniana y una violación del propio acuerdo con Kyiv, que reafirma el control de Ucrania sobre todo su territorio, incluido el ocupado.
Volodymyr Zelensky, junto al presidente Emmanuel Macron, de Francia y el canciller Friedrich Merz de Alemania en una llamada esta semana, fueron tajantes: cualquier negociación sobre territorio debe incluir a Ucrania. Zelensky ha repetido hasta el cansancio que no cederá un centímetro para apaciguar a un invasor como Putin.
La segunda oferta de Trump implicaría abrir a Rusia los recursos del estrecho de Bering en Alaska, que alberga un 13% de las reservas mundiales de petróleo. Es un caramelo estratégico para el Kremlin, que ansía ampliar su influencia en el Ártico. Pero, ¿sería suficiente para convencer a Putin de un cese al fuego? Difícilmente. Para Moscú, Crimea, Donetsk y Lugansk son líneas rojas, imperativos de seguridad nacional que pesan más que un acuerdo económico. Aceptar un trato sin concesiones territoriales sería, para Putin, una capitulación.
Pero para Putin este también es un momento de definición. No ha ganado la guerra como hizo creer que la ganaría, no ha obtenido ninguna concesión de parte de Ucrania y, por el contrario, por momentos se ha visto débil, rompiendo el mito de un ejército ruso poderoso. Un fracaso total en Ucrania tendría costos políticos internos y erosionaría la imagen global de Rusia.
Es posible que la reunión abra un camino, pero no sea decisiva. Putin es experto en alargar negociaciones, ganar tiempo y cambiar la ecuación en el terreno. Pero la presión geopolítica, el costo interno y amenazas externas, incluida los aranceles a India (no así a China) como castigo por comprar petróleo ruso, podrían llevarlo a buscar un arreglo. Una posibilidad lejana, pero posibilidad al fin.
No nos engañemos: esta cumbre no traerá la paz. En el mejor de los casos, veremos un acuerdo vago para seguir hablando, pero con Putin avanzando y Zelensky firme, el horizonte es turbio. Putin no busca dinero; quiere un imperio. Y Trump, en su afán por un titular, arriesga el futuro de Ucrania, la unidad con Europa y la credibilidad de Estados Unidos como aliado.
Analista internacional. X: @solange_